Creo
que nunca en mi vida había visto tanto menosprecio por la palabra.
Tanta incitación al odio, a la venganza, a la intolerancia, al
racismo, al sexismo, a la agresión a quien piensa diferente. Tanto
desprecio por los pobres, por los débiles, por quienes trabajan.
Me
despierta un sentimiento de profunda repulsión, ver que la sociedad
brasileña se está fragmentando mucho más allá de lo que jamás
pensé que pudiera llegar a ver. Los grupos dominantes no pierden
oportunidad para denigrar a los adversarios, tergiversando,
invirtiendo la realidad, queriendo hacer pasar para el público y
para la ciudadanía, sus opiniones como si fueran hechos.
Desprecian
a la presidenta de la república, Dilma Rousseff, que es honesta, y
que no ha cometido ningún delito que justifique el proceso de
impedimento que están moviendo en su contra, violando la
constitución, con el silencio cómplice de un poder judicial
claramente comprometido con el golpe.
Un
poder judicial que no fue capaz de castigar la violación de la
intimidad de la comunicación telefónica entre la presidenta de la
república y el ex-presidente Lula, exponiendo ambos al público, con
intención de presentarlos como delincuentes. Violación ésta que
fue practicada por un juez. Un juez obviamente actuando a mando de
los golpistas.
Y la
policía federal conduciendo Lula a la fuerza a declarar, para que
repitiera lo que ya le habían preguntado varias veces, sin el menor
respeto, como si fuera un delincuente de la peor especie. Un
legislativo comandado por un ladrón. El mundo al revés. Y una parte
de la población, insuflada por el golpismo, atendiendo a los
comandos de éstos, agrediendo en las calles a los petistas o a quien
parezca serlo.
Fascismo,
no hay outra palabra para calificar lo que se viene. Lo que ya se
está practicando. En este contexto, la palabra ya no es nada más
que un instrumento de agresión. Ya no te escucho, sino que apenas te
oigo, a ver de qué lado estás. A ver si puedo confiar en vos o no.
Todo esto, para llevar al poder a políticos de la peor calaña,
perdedores de las últimas elecciones, y a la escoria de la oposición
al gobierno actual.
Diputados
y senadores sin la menor noción del deber cívico, que uno se
pregunta cómo es que llegaron al poder. Cómo es que llegaron a
cargos públicos. El sistema está hecho para que llegue gente de
este tipo, sin valores ni principios, movida por la conveniencia, el
afán de enriquecimiento, el odio, el resentimiento.
El
sistema político es un reflejo de la sociedad. Refleja la
correlación de fuerzas de los grupos de poder. Evidentemente, sin
una reforma del sistema político, que elimine el financiamiento
privado de las campañas electorales, esto va a continuar. Pero no es
aquí donde me quiero detener. En cualquier ámbito, el académico,
el familiar, en las relaciones cotidianas, la palabra también es
usada frecuentemente para dominar y oprimir, para menospreciar, para
marginalizar y excluír.
Ocurre
que en la actual situación brasileña, se ha exacerbado el uso
destructivo de la palabra. La tergiversación, la insinuación, la
deformación de los hechos. Esto tiene consecuencias en la vida
diaria de las personas. Se profundizan la desconfianza y el miedo.
Una sociedad que mina sus propias bases, no puede tener un futuro
promisor.
Como
contrapartida a este uso perverso de la palabra, pongo en primer
lugar, la palabra poética. La que nace de la escucha atenta y
amigable. Aquella palabra que da nacimiento a la vida, al nacer del
día, a una jornada que vamos construyendo, laboriosamente, a través
de diálogos internos y también externos, haciendo el mundo en el
que vivimos.
Tengo
que hacer un ejercicio conciente, para tratar de encontrar momentos
de respiro en la situación que aquí describo. La invitación a la
confrontación, a la reacción, al enfrentamiento, la cerrazón al
diálogo, la sospecha y el odio a lo diferente, están puestos. Esto
no es fácil, ya que la presión externa es constante, y acaba
invadiendo nuestra intimidad.
Queda
el espacio de la amistad, que es más que nunca imperioso cultivar y
mantener, como una necesidad vital. Allí, es la palabra que acoge,
que conforta, es la risa, es el sueño de futuros que veremos más
allá del momento oscuro que nos toca vivir. Tenemos que comprender
que es una guerra, y que esta guerra está apenas comenzando.
También
encuentro momentos de recuperar la esperanza y la alegría, en las
acciones comunitarias, los momentos de encuentro con los movimientos
sociales, las personas que insisten en la fraternidad, la utopía, la
acción constructiva en pro del medio ambiente, la salud, la
sociedad, la política. Para terminar estas reflexiones: la oración.
¡Qué
refugio se encuentra allí, más allá de las sacudidas de quienes
viven del caos y el desorden! Es notable cómo cuando todo es más
frágil, lo eterno se hace más presente. Escribo estas cosas con la
esperanza de encontrar, a través del diálogo constructivo, más
fuerza para proseguir. Puedo ver en todos estos movimientos, el
eterno conflicto entre los ideales de compartir, amparar, construir,
y sus contrarios, hoy aparentemente más evidentes.