Pasa el tiempo.
Pasa y no pasa.
Pasa y vuelve.
Pasa y se queda.
Y de tanto pasar y no pasar, de tanto ir y venir, de tanto
todo este girar dentro de mí y a mi alrededor, me va quedando la sensación de
que el vivir no es nada más ni nada menos que un continuo ir al encuentro/desencuentro
de lo que soy y lo que es.
Después de todos estos años de existencia/insistencia, sigue
prevaleciendo en mí la sensación de que este juego es infinito, como dice Jorge
Luis Borges. Me recupero y me vuelvo a perder de nuevo, en seguida. Me tengo
plenamente y otra vez me disperso. Y en esto va lo que hago y lo que digo, lo
que pienso y dispenso, lo que siento y disiento.
Amanecí tempranamente a la política, aún estudiante
secundario. Ya ahora cercano al crepúsculo donde me anido, parece que muy poco
ha cambiado. Una contínua guerra por anular las identidades y cancelar la vida,
de un lado, y del otro lado esta continua porfía de personas y familias,
movimientos y grupos, para preservar la alegría, la felicidad, el derecho de
existir libremente, con justicia.
Ya no sé más en este momento, qué tiempo es éste, si es el
inicial o uno final que no termina sino prosigue, eternamente. Lo que sí sé con
certeza, es que no voy a abandonar ni por un segundo, mi esfuerzo denodado por
seguir siendo yo mismo. Sé que en este intento me acompaña lo mejor de cada ser
humano. Es como seguir siendo niño sin haber dejado nunca de serlo. La infancia
no puede ser robada; cuando mucho, puede ser postergada, pero invariablemente
florece, todas las veces.