sábado, 22 de setembro de 2012

Un día así, ¿te fijas?

Hacía bastante calor esa tarde. De mañana, habías ido al mercadito y a la framacia, en sentido inverso, o sea: primero a la farmacia, que queda más cerca de casa, y que de acuerdo al flujo de tránsito, de la calle que pasa en frente al edificio donde moramos, hay que tomar para la derecha y cruzar una esquina con semáforo (que aquí en João Pessoa se llama farol), para entonces llegar a la farmacia. Después de comprado el jarabe y los caramelos de jengibre, llegaste al frente del mercadito, que en realidad es un pequeño supermercado, al cual nos hemos acostumbrado de llamar de mercadito. Pero bueno, la cuestión es que había un auto estacionado cerrando el acceso al estacionamiento, lo cual como es bien sabido, es una pésima costumbre. En fin, haciendo honor a la impaciencia que esta tipo de cosas me despiertan, y también a la irritación que el calor y la noche no muy bien dormida (para decir lo menos) me habían provocado, doblé por delante del auto mal estacionado, que cerraba, como ya fue dicho, la entrada al estacionamiento, le pasé raspando, pero con cuidado de no rasparlo de verdad, con la íntima satisfacción-rabia (los sentimientos se mezclan, ¿te fijás?) de estar dándole una lección por mal educado, por mal conductor. No sé si era conductor o conductora, o si eran maleducados o maleducadas (ahora siempre hay que decir ellos y ellas, si no sos chauvinista, machista, y otras cosas tan malas como éstas). La cuestión es que estacioné, tuve que hacer una maniobra para acomodar el auto en la vacante del estacionamiento del mercadito que es un supermercado pequeño, como ya dije. Subir un poco a la derecha, lo cual me hizo visualizar de refilón a las cajeras, a una de ellas que ya conozco, muy sonriente (pero no pasa de esto). Después dejar que el auto bajase un poco, lo cual me dejó a frente del auto del invasor o de la invasora, y tuve que subir un poco para ponerlo en el lugar. Dio tanto trabajo estacionar el auto como contarlo ahora. Después de salir del auto y cerrar la puerta, poner la alarma, como se usa ahora, subí por la rampa de entrada al mercado. A la izquierda, los carritos. Tomé uno, y fui entrando, subiendo por un pequeño desnivel que hay antes de entrar al lugar donde están las mercaderías. Pensé si iria a comprar esto o aquello, y opté por las gaseosas, ya que mañana es un cumpleaños importante en mi familia, y beso se me puso en primer lugar. Después seguí por ese pasillo. Habia un repositor reponiendo mercaderías. Seguí. Le pregunte a una señora si sabía dónde había frasquitos con pimienta. Para qué. Me repitió no sé cuántas veces que la pimienta no venía en frasquitos, y si yo había visto alguna vez pimienta en frasquitos, y que ella había comprado un frasquito y puso la pimienta en el frasquito. Me llevó a un lugar donde había frasquitos, pero eran palilleros, no pimenteros. La deje hablando sola, pues seguía repitiendo que la pimienta no viene en frasquitos. Creo que el di a razón, no tanto por concordar con ella (yo sé que la pimienta viene en frasquitos), como para verme libre de ella, y seguí hacia la carnicería donde compré unos bifes que resultaron durísimos, pero eso no lo supe en ese momento, sino después, al ponerlos en la plancha y comerlos. La tarde sigue pasando de a poco. Menos mal, que si pasara de repente no sé qué haríamos, ¿no te parece? Ya volví de dar una vueltita por la playa. Por la playa no, como diría mi prima Irene, sino por el veredón al lado de la playa. O, para ser más rigurosos aún en la descripción, por el veredón que está al lado de la avenida que bordea la playa. No sé si mejoró o empeoró, pero las lectoras y los lectores deben saber que se trata de la rambla o costanera, dependiendo si usamos el castellano uruguayo o argentino. La cuestión es que volví de esta breve caminata. Vi gente andando por las veredas, como yo. Veredas es un modo de decir. En esta parte de la ciudad, aunque es el barrio más noble de Joao Pessoa, salir a caminar por las veredas es todo un desafío. Las tales veredas raras veces son tales, o sea, espacios adecuados al pasaje de peatones. Pero dejemos estos justos reclamos ciudadanos, que a la municipalidad o a los propietarios o propietarias no les importa. Andan en autos, no por las veredas. Los peatones, esos héroes urbanos, se las tienen que arreglar para gambetear autos estacionados cortándoles el paso, agujeros que lastiman los pies, basura, pedazos de cemento o de mosaicos, de todo un poco. Sí, les decía que esta vueltita me llevó a recorrer unas cuadras. Fui hasta la esquina en dirección a la farmacia de esta mañana, y doblé en dirección hacia el mar, pasando por unos comercios de zapatos que hay en una de las esquinas. Doblé otra vez a la derecha, y vi una señora viniendo con un perrito. Pasé en frente a una posada, y aquí doblé hacia la izquierda, otra vez en dirección al mar. El mar estaba allá. Pero todavía tuve que andar esa cuadra hasta poder verlo de cerca. El mar me aquieta. No sé a vos, pero a mí me tranquiliza totalmente, che. La cuestión es que hice unas elongaciones, pasé el busto de Tamandaré, vi otras personas yendo y viniendo, unos chicos en skate, los policías de tránsito, un auto chocado, el Banco do Brasil, los taxis estacionados, y emprendí el retorno. Una joven bonitinha vino en la dirección contraria mientras me acercaba al banco. Nos miramos, y seguí viaje. Pasé en frente de la panadería, entré a edificio, y aquí estoy, otra vez, como si nada. Y ahora otra vez, ya pasadas tantas cosas. Un filme cansador, aburrido, en la TV. Muchas toses en casa, pues es la época del año en que, en toda la ciudad, esto pasa. Tos, tos, tos. Y ya como queriendo terminar, sin querer terminar, le vamos poniendo un punto final a esta crónica de un día.

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