Cuando empecé a escribir del modo como
lo vengo haciendo, de manera continua y cada vez más suelta y
libre, en 2001, no imaginaba que iría a llegar adonde estoy, adonde
sigo llegando, un terreno en abierto, de continuos descubrimientos.
Un ir abriendo puertas hacia mi propio interior, que continúa
mostrándose como un lugar en constante renovación, en perpetua
exhibición de reflejos de mí mismo que me van dando cada vez más
una sensación de vida nueva, de familiaridad conmigo mismo.
Y
también escribir es, al mismo tiempo, como todo lo que es humano
(marcados que estamos y que somos, por la reciprocidad, por la
complementación de perspectivas, por la co-responsabilidad), un ir
simultáneamente abriendo puertas hacia afuera, hacia otras personas
que se encuentran en lo que escribimos, y que nos devuelven reflejos
de nosotros mismos que solamente nos son accesibles en el diálogo.
En este momento, me gustaría enfatizar esto, en primer lugar: cómo
el escribir es ir haciéndome cada vez más dueño de mi propia vida,
en la medida en que al hacerlo, voy registrando lo que me ocurre
interna y externamente, y, al hacerlo, dejo de vivir en un mundo
extraño y distante, ajeno y hostil.
Cada vez más, este mundo y este
vivir adquieren una cualidad de integración, de unidad, de unicidad.
Esta sensación de estar haciendo parte, de ser parte del mundo -- un
mundo que no excluye lo abominable, lo bajo, lo que repugna a la
conciencia humana -- en buena medida la he ido obteniendo al irme
integrando cada vez más a la Terapia Comunitaria Integrativa, un
espacio en el que el ser que soy, se reconoce en las historias de
vida de las demás personas. Un lugar en el que se pierde la
sensación de enajenamiento, a partir de la escucha activa, que nos
repone en el tejido humano y social, tanto individual como
colectivamente, familiarmente, etc.
La vida es fugaz, de algún modo
sabemos que en algún momento iremos a dejar esta forma de existencia que
actualmente estamos ejercitando y disfrutado. Pero a través de estas
cosas que aquí estoy comentando, o sea, (1) a través del escribir
como ejercicio del auto-descubrimiento continuo que al mismo tiempo
construye una constante familiaridad renovada del mundo y de la vida,
y (2) a través de la Terapia Comunitaria Integrativa, que recrea la
sensación de pertenecimiento en la medida en que nos vemos viviendo
una vida que, aunque sea (como lo es, de hecho), absolutamente
singular y única, al mismo tiempo es tan parecida en lo esencial, a
tantas otras vidas que empiezan a formar parte de la nuestra a partir
del momento en que empezamos a vernos y a vivir de manera integrada,
vamos cada vez más haciéndonos habitantes de un tiempo continuo,
en el que hay una sensación de eternidad.
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