Son muchas las
razones del insomnio. La oscuridad que se cierne sobre el mundo,
oriunda de los medios de comunicación y del sistema
político-económico perverso e inequitativo, antisocial. Es
necesario reaccionar ante esta ofensiva conservadora de signo
nefasto, sin duda. Pero la reacción no basta. Es preciso ir más
hondo, a las raíces que generan estas irrupciones de lo más bajo de
lo humano, a nivel masivo. No puedo dejar de ver lo que se repite,
aunque de manera diversa, a lo largo del tiempo. Cuanta más
oscuridad en lo externo, más resplandece la luz interior. Hay una
esfera de actuación, en lo personal, en el campo de influencia en
que somos soberanos/as (el ámbito familiar, los sueños personales y
comunitarios, sociales, colectivos) en la cual los regímenes de
fuerza no tienen poder. Es decir, no tienen el poder totalitario que
desearían. Hasta acaban generando el efecto contrario: cuanta más
amenaza a la libertad y a los derechos sociales, cuanta más censura
y violencia, más resplandece y se fortalece aquella capacidad que
tenemos los/as humanos/as de actuar en la defensa y afianzamiento de
nuestra identidad mayor. La solidaridad, la creatividad, la noción
clara de que somos parte de un todo al que sólo le puedo llamar y le
llamo de Dios. Todo esto parece que gana más fuerza y se consolida,
más bien en las circunstancias en las que somos más frágiles, en
que estamos expuestos a lo innominable, a esa bajeza que parece ganar
aires de omnipresencia en los tiempos actuales. Luz y sombra. Son
constantes en la vida de las personas y de los pueblos. Ver lo que
nace cuando todo parece estar amenazado o de hecho lo está. Este es
el desafío.
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