La desaparición de Santiago Maldonado revive la memoria de
la dictadura. El estado represor que se ceba en la vida de las personas que
considera enemigas. Argentina no puede seguir retrocedendo el lo que se refiere
a la política de Derechos Humanos. La población debe tener garantías de que se
puede ejercitar el derecho de manifestarse púbicamente de manera pacífica. Sin
esto, es la barbarie. Ya no basta la corrupción institucionalizada, los privilegios
de la dirigencia política gubernamental, que impone a los trabajadores cargas
insoportables. Ahora nos quieren recordar que la vida no vale nada, y que quien
se manifiesta en defensa de los derechos de las minorías o de las mayorías, está sujeto a desaparecer,
ser torturado, ser golpeado. Debe terminar de una vez por todas la cultura de
la muerte en Argentina. Creo que debemos volcarnos aún con más consistencia y
coherencia hacia una formación humana integral, aquella que reverencia la vida
y enseña a cuidarla. Recordar que la vida es un don divino, resultado de
infinitos cuidados de numerosas personas que hacen posible que estemos aquí.
Recordar que necessitamos unos de los otros, para complementarnos. Colaborar
mutuamente en la construcción y preservación de un tejido social que respete
las diferencias. Valorizar la construcción y el refuerzo de lazos solidarios,
más allá de ideologías, creencias, profesión, nivel socio-económico, etc.
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