Escribir un libro es
un proceso verdaderamente enriquecedor y sorprendente. Hacerlo a
partir de las vivencias cotidianas, es una forma de uno tenerse de
vuelta. Uno sale de la sensación de que la vida podría llegar a ser
algo repetido. La crónica diaria es un registro de aquello que de
nuevo nos llega a cada instante. Ahora por ejemplo, escribiría sobre
el fin de semana en la casa de campo. Las rosas. Los yuyos con sus
flores tan coloridas. Los familiares que nos visitaron, compartiendo
su tiempo con nosotros. Las playas. Los atardeceres. La lluvia. El
procesamiento de la vida, que nos lleva de un lugar a otro, y todo va
cambiando y permanece sin embargo igual o casi igual. Uno se va
internando en la eternidad, a fuerza de tanto vivir atentos al
detalle del instante. El verde que nos rodea en el campo. El cemento
que nos rodea en la ciudad. Entre dos mundos. El tiempo ha ido
pasando, como si nada, y uno de pronto se ve ya en el crepúsculo. El
oro del sol poniente que nos acompaña y nos abriga. No son
metáforas. Es una realidad más real que la que nos quieren vender
por medio de la prensa. De repente te ves de nuevo en el tiempo
primero, la niñez. Las macetas en el patio. Los barquitos en la
acequia. Un tiempo sin tiempo.
Nenhum comentário:
Postar um comentário