Pongo una letra al lado de la otra y empieza a existir el
mundo. Llego yo. Está mi familia. Mi padre, mi madre, mis hermanos. Mi familia
entera, como hace años. Mis amigos, de todos los tiempos. Mis libros. Los
colores. Las hojas con las cuales voy haciendo todo lo que es real. Mis hijas e
hijos, cada uno de ellos donde está. Todo está en su lugar. Las flores
alrededor. María. Los pájaros. El canto del gallo. Es un solo tiempo. Ahora a
jugar. A andar por los caminos. Ver el cielo, las nubes, el sol, el mar. Saber
que el piso está bajo mis pies y me sostiene. A la noche la luna y las estrellas
andarán por el cielo oscuro, iluminando. Y aquellas palabras en las cuales
también me encuentro y me reflejo. Palabras antiguas y actuales. Jesús. Dios.
Amor. Justicia. Esperanza. Confianza, que hago y rehago cada vez que es
necesario. Fe. Vida. Eternidad. La Terapia Comunitaria Integrativa, donde supe
que la vida continuaba más allá de cada tropiezo y caída. Donde supe que no hay
un fin del camino, sino una continuidad. Una superación. Un levantarse y volver
a caminar. Supe que hay siempre otra posibilidad. Volví a encontrarme en medio
de la gente. Gente pobre, de los barrios. Gente de la universidad. Había gente
en el mundo, y yo también estaba en medio de ellos. Podía seguir. Había un
pasito más que yo podía dar. Sigo levantándome a la mañana y trato de que mis
manos y mis pasos sigan los caminos de Dios. Todo está aquí. Todo es esto.
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