"Nos movemos por
la fé y no por la vista," dicen que dijo el apóstol Pablo. La vista
interior, sin embargo, la podemos construír con la fé, con la experiencia de
vida que nos enraíza en el presente. He tratado y sigo tratando de ver
interiormente, guiarme por lo que veo dentro de mí. Colores, sensaciones,
sentimientos, comprensión del sentido de lo que voy viviendo y lo que viví. Así
voy sintiéndome más seguro, acompañado por aquella Luz que brilla para siempre
y desde siempre. Esto me abre a la gente a mi alrededor, a los pájaros con sus
cantos en la mañana, al sol que ilumina en el cielo, a las flores que me
acompañaron desde el comienzo y siguen haciéndolo. Entonces desaparece una
sensación de vacío y soledad. Me siento unido a
todo y a todos/as. Me doy cuenta de que he ido haciendo mi lugar en el
mundo, escribiendo. Y así también mantengo mi propio lugar. Aprendo a
compartir, a ver las complementariedades, en vez de competir y compararme todo
el tiempo con los demás. Vuelve una alegría infantil. Volví, y no hay mejor
sensación que esta.
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