Recuperar la vida y volver a perderla no sería inteligente.
Seguir dejando que me roben la identidad, la percepción, las sensaciones, la
imaginación, los sentimientos, las motivaciones, no tendría ningún sentido. Me
dio mucho trabajo, y me sigue dando trabajo estar aquí presente. Tiendo más
bien a ausentarme. Esto es en parte consecuencia de mi trayectoria de vida, y
también se debe a mi naturaleza poética. Me doy cuenta de que me conviene más
seguir tratando de habitarme, estar aquí conciente, sintiendo el aire, el
ambiente, la gente, el fluir de la vida, en vez de dejarme impactar por
mensajes que llegan incesantemente y que dicen de cosas negativas que ocurren
lejos, o que no se dirigen a mí. Más acá, la vida es más acá, es más cerca. No
tengo tiempo que perder. Vuelco mi atención a la belleza que me cerca. Una
mujer que pasa en bicicleta. Un juguete que me recuerda un niño muy querido o
una niña muy querida. Un pájaro que pasa volando y me deja saber que formo
parte de un mundo vasto y magnífico. Yo puedo elegir. Me vuelvo hacia mi propia
historia. Mis recuerdos de infancia se hacen más y más presentes. Mi familia
está cada vez más fuertemente impregnando mi estar aquí. Es tranquilizador
saber y sentir que estoy cada vez más inserto en un mundo que mis padres
construyeron para mí y para mis hermanos desde niños. Un mundo anterior a la
industria de la disociación de la cual me aparto cada vez más. Era y es el mío
un mundo unificado, donde la confianza y la esperanza eran y son la regla.
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