Espero que llegue el día. Que salga el sol. Ya la noche parece
estar acunando la luz y el color que llenarán el cielo en seguida. Son
innumerables los pensamientos y reflexiones que me visitan. Las pequeñas cosas
de la convivencia. Las personas simples en las que me veo reflejado. La
confianza que aprendo a tener, frente al ser que soy y al mundo en el que vivo.
Dejo de exigirme tanto. Más bien trato de dejarme en paz. La paz depende de mí
mismo, no depende de nadie de afuera. No necesito dejar que la gente que habla
demasiado, me enferme de la cabeza. Puedo dejar de escuchar el habla contínua
de quien quiera que sea. Si estoy en mí, si soy yo, está todo bien. Soy
inexpugnable. Me permito darme la atención y el tiempo necesarios. Inclusive
puedo escuchar a las personas que hablan sin cesar, y también a aquellas que
dicen pocas pero significativas palabras, a mi modo. En esta escucha, resuenan
las palabras que van formando el habla de la vida. La voz de la existencia. Ese
texto breve, muchas veces, en el que se va cosiendo la convivencia, y cada
instante se hace fecundo de esta manera. Intertexto. Merecimiento. Un día se va
uniendo al otro. Eternamente. Entonces, la existencia se me hace placentera. No
necesito rechazar a nadie, ni a mí mismo. Incluyo. Y. Presto atención a todo y
a todos, y a mí mismo, sin conflicto.
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