Creía que ya no escribiría. No este día, ya al borde de la
noche. Pero las flores. Y el paseo por la beira-mar. Y el encuentro en familia en
el café Em Cena. Y ya las acacias, que se balanceaban en medio del verde esta
tarde. Me quedé mirándolas mientras pasaba. Debe haber sido un minuto, sumando
el tiempo que les dediqué a la ida, y a la vuelta. Y allí estaban. Amarillas,
como soles, como faroles. Y ahora ya a la noche, tratando de atrapar algunos
instantes de este día que ya está por terminar. Unos momentos de tertulia,
escuchando conversaciones, aunque medio como de lejos. Medio no sé muy bien como.
Y el almuerzo en casa al mediodía. Los tiempos van y vienen. Y de aquí a
algunos días, rumbo a Santiago de Chile. Rumbo a Mendoza. Y los ecos de lo
inexplicable. La masacre de inocentes en Francia. No me lo puedo explicar. Entonces
las acacias, y todas las flores. Las rosas y los claveles. Las glisinas y los
conejitos. Las pasionarias y los corales. Las margaritas y las chinitas. Quedan
las flores. Me dejo llevar por esas figuras bellas, eternas. Siento sus
perfumes. Aún a esta hora, aún aquí. Quedan las flores.
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