Ayer llegué a
Mendoza una vez más. Otra vez en Mendoza. Y ya a estas horas de la
mañana, cuando el canto de los pájaros. Y las parras brotadas de
verde en esta primavera diferente. Al poner las letras en la hoja,
esa misma vieja sensación de paz y bienestar. Mi lugar. Las montañas
en el camino, no dejan de admirarme. Esas moles de piedra que parecen
(algunas de ellas, son tan diferentes unas de las otras) como moles
de lava que acaba de depositarse sobre la tierra. Las horas de
amansadora en la frontera. Inútil. Absurdo. Burocracia. Un día no
habrá más fronteras ni países. Un solo país, la humanidad.
Santiago de Chile y los jacarandás. Las flores amarillas del lado
chileno de la cordillera. Y ahora ya Mendoza, otra vez Mendoza.
Mendoza, como si nunca me hubiera ido. Y ahora ya las flores
internas. Esas en que te veo, te siento, sé que estás ahí y sos
vos. Lila, violeta, morado, magenta. Esos colores, estos tonos. Y las
acacias amarillas. El camino interno. Yo no necesito negarme para
estar entre ustedes. No necesito negarme para estar aquí. Hay
ajustes, concesiones, necesarios a la convivencia. Pero no en lo
esencial. Adentro, yo. Aquí, yo.
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