Hace un rato, estuve leyendo,
alternadamente, de Graciliano Ramos, Caetés.
De Gabriel García Márquez, El otoño del
patriarca. Y finalmente, ahora ya de noche, de Mercé Rodoreda, La calle de las camelias. Todos libros
que ya había empezado a leer, y que estaban como se dice, en lista de espera.
Una lista de espera que nunca se sabe cuándo va a avanzar. El caso es que
empecé, esta tarde, con la continuación de Caetés.
Me llamó la atención, como otras veces, que al sumergirme en la lectura, iba
entrando como que en un espacio en el que se iban incluyendo o estaban ya
incluídas, personas y personajes de otros libros del autor, y también gente que
yo he conocido, o que asocio a estos y otros libros. El caso es que a través de
la lectura, me fui introduciendo en un mundo vasto y acogedor, del que formaban
parte mi madre y mi padre, en mis tiempos de niño, ya que ellos siempre me
estimularon a leer, desde muy temprano. También entraba, como dije, en espacios
construídos por Graciliano Ramos en Angústia,
y me alegraba y agradaba verme inclído em esse universo mágico. Me dí cuenta de
que estaba leyendo, como otras veces, sin importarme mucho si entendía o no lo
que estaba escrito. Disfruto de la lectura, como quien saborea algo bello. Algo
que contiene una belleza intrínseca. Me reía cuando encontraba alguna de esas
frases maestras del escritor alagoano. ¡Qué maravilla poder ir hacia estos
mundos de imaginación y sensaciones a los cuales el escrito nos va llevando! Con
García Márqez y El otoño del patriarca,
me sucedió que proseguí la lectura, en una página en la cual proseguía una frase
interminable que ya venía durando varias páginas, y seguiría sin encontrar un
punto, por varias páginas más. Me daba cuenta de que el autor estaba hilvanando
varias formas de relatar, intercaladas, y me alegró estar apreciando esta
maestría, que me llevaba a episodios de la vida de un personaje que se supone
sea Simón Bolívar. Disfruté de esa liberacón de la palabra, que rompe com las
reglas habituales, derramándose en un río narrativo en el que aquí y allí, se
van como formando unidades de sentido, de una manera que ahora no sabría bien
como decir que es. Finalmente, continué leyendo La calle de las camelias, de Mercé Rodoreda. La personaje mujer,
cuenta de sus encuentros con un amante, de manera poética. Es fascinante como
un ejercicio, un juego, pasatiempo, no sé como llamar estas lecturas no
programadas, puede hacerle tanto bien a uno.
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