Hay unos días en
los que uno se levanta así de pronto, como quien no quiere la cosa.
No por algún propósito o finalidad determinados, sino más bien
porque sí. Porque ya no tenés más sueño, y ya los pájaros y la
claridad del día. Obviamente, siempre hay algo que hacer, no te
vayas a creer. Algunas tareas domésticas, de esas que uno ya se ha
habituado tanto a hacer, que es casi como que te faltara algo si no
las realizas. Y ahora ya sí, el matecito al lado, las letras
apareciendo en el blanco de la hoja. Todo se va ajustando. Todo va
ocupando su lugar. Es notable la memoria. Mientras voy escribiendo,
así como quien simplemente deja que vayan llegando las cosas y se
pongan en la hoja, soy yo el que se va poniendo en la hoja. Escribir
me va escribiendo. Me escribo al escribir. Toda tarea humana tiene
este reverso, me parece, no sé qué pensarás vos, che pibe o piba.
Pero me parece que no hay alguna que se asemeje a esto del escribir.
Uno va haciéndose mientras escribe. Uno va haciéndose, y esto es
literal, fuera de broma. Te vas construyendo, no sé si esto ya te ha
pasado, pero si no, probá, que es muy lindo. Te vas trayendo de
vuelta. Te vas teniendo de nuevo, y esto es ya algo que vale mucho la
pena. Uno se va transformando en una versión “aceptable” de sí
mismo a fuerza de tanto existir en sociedad. Te vas alienando, te
llegás a transformar en otra persona, alguien que cumple papeles,
para ser aceptado, para ser admitido en la sociedad. Pero también
esto puede ser divertido, y es muy divertido, ¿sabés?
Yo creo que empecé a tenerme de vuelta al escribirme, en varias
oportunidades. 1984, 2001, pero también antes, en el medio, y
después. Muchas veces. Incontables. Es como que ahora ya se ha
creado una especie de hábito. Y no es que solamente me encuentre a
mí al escribir. Es que me encuentro tal como soy. Me encuentro la
persona que soy. Y al mismo tiempo que me encuentro, encuentro
también el mundo que he ido haciendo. Es como si me fuera viendo, me
fuera teniendo de vuelta, cada vez que dejo que algo llegue a la
hoja. El mundo es más mío, el mundo es mío aquí. Aquí ya no los
diarios ni la TV, aquí no la propaganda ni las imposiciones de las
costumbres ni las doctrinas o ideologías. Aquí este mundo que hago
todo los días, que he venido construyendo como un hornero incesante,
con la ayuda de personas muy valiosas, del círculo familiar y de las
amistades. Estas personas me han ido mostrando que lo que yo estaba
haciendo y estoy haciendo, es algo muy valioso. Es una tarea vital,
en realidad. Así, entonces, cuando vivo mi mundo y mi vida, estoy
con todos estos seres tan queridos de mi familia, mis amigos y
amigas. Esto es algo concreto, no es un mero agradecimiento para
agradar. Si lo fuera, esto todo sería una mentira, y no lo es. Por
Dios que no lo es, che. Me he ido encontrando en la palabra, me voy
descubriendo palabra que escribe y lee, en comunidad, en comunión.
No dejaría la hoja por nada, y en algún sentido, siento que nunca
dejo la hoja, pues la hoja es donde piso, es lo que respiro, es lo
que me contiene, lo que me da vida, me alimenta, me sostiene, me
lleva de un lado a otro, le da sentido a mi existir. Así que si
ahora ya dejo de escribir este texto, es para irme al contexto que lo
contiene y del cual viene, es decir, no dejo el texto, el texto me
absorbe y me lleva, así de simple.
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