El día empezó y,
como lo he venido haciendo estos últimos días, evité levantarme de
repente y empezar a hacer cosas, o a creer que tendría que estar
haciendo cosas. Dejé que fuera viniendo un color, una imagen. Fué
el verde, y también el celeste, un color transparente. Blanco. Pero
acabó prevaleciendo el verde. Un verde oscuro, que es como el del
follaje profundo de ciertos árboles como el olmo. A lo largo del
tiempo que fue transcurriendo esta mañana hasta ahora, me he venido
refugiando en el verde. Tranquilidad. Paz. Es notable cómo un color
es un lugar, de hecho. Un lugar de paz. Tranquilidad. No necesito
estar todo el tiempo pensando, ni argumentando, o justificando o
criticando o planificando o analizando. No necesito estar todo el
tiempo trabajando mentalmente. Puedo parar, pero parar
tranquilamente. Un parar tranquilo, natural, no impuesto. Verde es
esto. Es muchas más cosas. Naturaleza. Infancia. Fondo de ríos y
lagos. Plantas, pasto. Verde. Verde claro, verde oscuro. Visualicé
varios cuadros verdes que he pintado a lo largo del tiempo. La tapa
de mi libro Déjalo ser-Diario de un despertar, que es una
vista de la mata virgen de Cabo Branco, João Pessoa, Paraíba,
Brasil. Otros muchos verdes. Tranquilidad. Paz. El libro de Cronin
que compré ayer en una librería de usados de Mendoza, Argentina, y
que se llama Los verdes años. Verde. Tranquilidad. Paz.
Verdes. Gracias por venir.
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