Tercer día. Externamente: la farmacia, la verdulería, el
supermercadito. La casa do sertão. La casa de la dentista que me dio la receta.
El almuerzo. A casa de mi cuñada que vive en el Altiplano. El reencuentro con monsieur.
Internamente: las sonrisas. Ese lento aterrizaje que se viene procesando desde
el domingo, cuando el avión que nos trajo, aterrizó. Uno aterriza más tarde.
Uno va aterrizando. Y entonces las
calles de Manaíra, con sus santas-ritas violetas, lilas, moradas. Fúcsia,
magenta. Algo adentro se va soltando, va volviendo a su lugar. Algo va ocupando
su lugar otra vez, felizmente. Y la vista del mar desde el departamento de este
amigo tan querido que viene luchando por tenerse de vuelta. Recordar el libro
del Padre Comblin: Vocação para a
liberdade. De pronto no había apuro. No había prisa. Sólo estar allí nomás,
escuchando. Y aquello tan tenue, intangible, que va uniendo todo. Amarillo.
Luz. Le das un nombre: Jesús. Dios. Aquello que no muere. Y ahora ya de vuelta
del ajedrez de calles y veredas, rostros y sentires, voces y luces, autos y
gente. Cuando ya es casi la hora de dormir, ahora que la noche. Y la lluvia de
ayer, y todos los ayeres formando como que una lluvia muy fina que te envuelve
y te incluye, te va llevando, trayendo, ya no sabes, y sabes. Los cajús en el patio
del edificio. Saber que te fuiste plantando aquí en el nordeste, aquí en João
Pessoa, en Paraíba. Brasil. A veces veo como un prado de flores, la suma de los
actos solidarios que me fueron conteniendo desde que llegué, en aquél diciembre
de 1977. Tanta solidaridad. Gente que ni conocías y te daba trabajo. Ya pasaron
tantos años. Pasan y vuelven, los años. Pasan y pasan, se van yendo, y vienen otra
vez, pero ya no igual. No del mismo modo. Igual duele recordar ciertas cosas, que
no nombro ahora para que no duela. Duele cuando alguien menciona ciertos
nombres, o cuando la memoria trae de nuevo los ecos de cosas que pasaron. Pero
ya no es igual. El agua los va llevando, también a los dolores. El agua me va
irrigando por dentro. Esto lo supe en Coxipó do Ouro, Mato Groso, en el curso
de formación de Terapeutas Comunitarios. Luz y sombra. Alegría y tristeza. Son
los dos lados del tronco del árbol de la vida. El árbol de mi vida. Esto lo supe
también en Paraná, Entre Ríos. Así me vengo juntando, llegando. Llegando hasta
llegar del todo.
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