Hace un ratito
proseguí, por algunos instantes, la lectura de “O jovem trovador”,
de Cronin. Al leer, me pasó que de pronto me di cuanta de que estaba
leyendo de manera distraída, que es una de mis maneras predilectas
de leer. O sea leo, pero sin prestar demasiada atención a lo que
está pasando, quién es quién, entre los personajes, etc. Mientras
me daba cuenta de esto, también me daba cuenta de que esta forma de
lectura se parece mucho a la vida. No siempre uno entiende lo que
pasa alrededor nuestro, ni lo que las personas son o dicen o hacen.
Es decir, hay varias formas de entender, o varias formas de estar en
el mundo. El caso es que, al proseguir con esta lectura de Cronin, el
autor de quien creo haber leído más libros, me iban viniendo
recuerdos de otros libros suyos que ya leí. De manera que las pocas
páginas que leí hace un ratito, fueron al mismo tiempo un recorrido
por obras ya leídas y disfrutadas hace tiempo. También me alegró
estar haciendo una lectura no mecánica. Es decir, leía, y me daba
cuenta de que Cronin había escrito esas palabras. Él había
construído esa narrativa, en la cual o a la cual yo me estaba
integrando. Así, leer y vivir se parecen mucho. Tengo varios libros
empezados, como creo que le debe pasar a mucha gente que lee. Los
libros empezados son como que compañías que están allí, al
acecho. En cualquier momento, el viaje o los viajes pueden proseguir.
“Los premios,” de Julio Cortázar. “Retrato de uma senhora,”
de Henry James. Y varios libros que he ido comprando en las distintas
idas al centro, en la calle San Juan. Cada libro, leído o no leído,
es una evocación de otros libros y de otros momentos. Toda lectura,
así, es una continuación de lecturas, como la vida, que se va
escribiendo y leyendo a medida que vivimos.
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