sexta-feira, 30 de junho de 2017

Mi lugar

Necesito tener un lugar para mí. Un lugar donde pueda ser yo mismo. Lo vengo buscando desde hace años. Lo encuentro de varias maneras, pero nunca lo encontré en soledad.
Siempre depende de reflejos, de un espejamiento en otras personas significativas. Son familiares y amigos. Personas que encuentro en los cursos de formación en Terapia Comunitaria Integrativa.
En estos espacios mínimos, me voy teniendo de vuelta. Voy volviendo a ser yo mismo. Hay toda una presión social que a uno lo va apartando de sí mismo. Uno va aprendiendo a dejar de ser, para ser aceptado.
Es cierto que la vida en común impone concesiones, pero éstas no pueden ser tantas que uno ya no sea más la persona que es. Las concesiones no pueden ser de tanta magnitud, que yo ya no sea yo mismo si estoy en relación.
Sería un precio demasiado caro para vivir en sociedad. Trato de compartir lo que voy descubriendo en este camino de reencuentro, porque cada vez que lo hago, gano más fuerza y más impulso.
Antiguamente creía que yo debía aislarme, crear uma muralla que me separara de la gente. Así creía que podría resguardar mi individualidad, ser yo mismo, sin influencias externas. Esto es imposible.
En realidad, el aislamiento crea otras deformaciones. Va alimentando el miedo, la sensación de extrañeza, la coexistencia se va haciendo cada vez más difícil.
En la convivencia familiar y con amigos, y en los cursos de formación en TCI, he ido recuperando una sensación de confianza en mí mismo y en los demás.
Mi lugar en el mundo depende más bien de un aflojar las exigencias de una perfección imposibe de alcanzar; aceptar mi humanidad, con los errores que nos caben a todos y con las particularidades que cada uno tiene, y descubrir que la existencia comunitaria me enriquece y potencializa mi libertad y mi poder de acción, en vez de disminuírlos.
Y esto es de enorme valor, en circunstancias como las actuales, y en todo tiempo.

segunda-feira, 5 de junho de 2017

Permanencia

Escribir un libro es un proceso verdaderamente enriquecedor y sorprendente. Hacerlo a partir de las vivencias cotidianas, es una forma de uno tenerse de vuelta. Uno sale de la sensación de que la vida podría llegar a ser algo repetido. La crónica diaria es un registro de aquello que de nuevo nos llega a cada instante. Ahora por ejemplo, escribiría sobre el fin de semana en la casa de campo. Las rosas. Los yuyos con sus flores tan coloridas. Los familiares que nos visitaron, compartiendo su tiempo con nosotros. Las playas. Los atardeceres. La lluvia. El procesamiento de la vida, que nos lleva de un lugar a otro, y todo va cambiando y permanece sin embargo igual o casi igual. Uno se va internando en la eternidad, a fuerza de tanto vivir atentos al detalle del instante. El verde que nos rodea en el campo. El cemento que nos rodea en la ciudad. Entre dos mundos. El tiempo ha ido pasando, como si nada, y uno de pronto se ve ya en el crepúsculo. El oro del sol poniente que nos acompaña y nos abriga. No son metáforas. Es una realidad más real que la que nos quieren vender por medio de la prensa. De repente te ves de nuevo en el tiempo primero, la niñez. Las macetas en el patio. Los barquitos en la acequia. Un tiempo sin tiempo.