domingo, 29 de agosto de 2010

Conhecimento

O ser humano é uma conjectura, não uma certeza. E se você não tiver certeza disto, tente se responder por quê você existe, ou quem ou o quê é você.

Isto não lhe digo para lhe criar confusão, mas para o tirar dela. Aprendemos muitas coisas sobre nós mesmos e sobre a vida, sobre os demais, o tempo, as coisas, e aos poucos, estas noções vão subsituindo as coisas, a realidade, nós mesmos, os demais, tudo.

Se você achar que estou brincando, peço-lhe uns minutos de atenção, que irei lhe demonstrar que não, que não é brincadeira, é uma triste realidade, mas pode ser revertida, em verdade, se você se dispuser a ir tirando uma a uma essas capas de preconceitos que foste acumulando encima de ti mesmo ou de ti mesma, encima de tudo que existe, e ainda sobre o que ainda não sabes se existe ou não.

Émile Durkheim, Julio Cortázar, Karl Marx, Osho, Carlos Castañeda, para citar apenas alguns dos mais renomados, poderão lhe ajudar a saber que o que você sabe é. Na verdade, muito pouco ou quase nada.

O que você sabe, ou acha que sabe, é na verdade um saber alheio internalizado. São aparências tomadas por realidades, preconceitos e noções ocupando o lugar do que existe.

Mas o caminho de volta é possível, e está na sua consciência originária, naquela parte de você, da sua percepção, do seu sentimento, da sua memória, que permaneceram virgens ao longo de todo o processo da sua socialização.

Não pretendo lhe ensinar o que você já sabe, mas apenas lembrá-lo ou lembrá-la de que isto é possível, e de que vale a pena. É muito melhor viver na realidade do que na ilusão.

Você pode ensaiar seus próprios caminhos de regresso à realidade, e pode ser ainda que descubra que nunca se extraviou de verdade, nunca deixou que uma cópia substituísse o original. Seja como for, espero um dia saber como foi a sua viagem.

Quanto à minha, está em processo, e por aqui o deixo, ou a deixo. Bom dia.

El comienzo

Parecía que había vuelto a un tiempo primordial, a la vida en su comienzo. Yo conocía esa sensación, ese estar como al borde de algo nuevo. Eran los tiempos de mi ingreso a Cafh. Los tiempos en que me levantaba de mañana e iba a la cocina a leer los libros de Chaitanya, En las horas de meditación, y de Vijoyananda, Pláticas inspiradas, o Vedanta práctica.

Lo refiero a los tiempos de mi ingreso a la orden a la que pertenecí durante muchos años, donde aprendí las bases de la vida espiritual, pero puede ser que fuesen tiempos aún más primordiales, el comienzo de la vida. También vienen a la memoria los años de las idas a la montaña en bicicleta con Daniel. Las madrugadas en el cuartel. Los comienzos del día en el colegio Santa Rosa.

Hoy es domingo y todos duermen en la casa. Sé que estas sensaciones tienen que ver con libertad, con origen, con comienzo. Con certeza, vienen por haberme libertado de un prejuicio a respecto de una persona de quien pensaba mal, por atribuírle intenciones hostiles hacia mi persona, en virtud de su silenciosidad, una silenciosidad que me perteneciera, antes de que me exilara en un mundo de palabras, en el mundo de lo dicho, de lo explicado, de lo pensado.

Estos tiempos anteriores, había estado pensando, y aún lo sigo haciendo, en la infancia, en ser niño, ser feliz y vivir en ese tiempo sin fin, sin miedos, sin muerte ni preocupaciones, un tiempo eterno y feliz. Este vivir primordial tiene que ver con el aprendizaje que significa para mí vivir al lado de mi mujer, de quien aprendo siempre cosas nuevas, de allí la novedad regresar a mí esta mañana. Vivir en libertad, vivir la libertad, ser libre de verdad y en justicia.

Un cristianismo práctico, esencial y concreto, no doctrinario ni eclesiástico o sectario. Vienen a mí en plenitud la presencia de mi padre, de quien aprendo a vivir sin defenderme. La presencia de mi madre, de Ramón, de Dom Fragoso, de un niño que ya ve llegar la estación final pero sin miedo, como en aquél poema de Urbina, La visita. Sé que llegará, pero no pienso en ella. Cerraré los ojos y pensaré en Dios.

sexta-feira, 27 de agosto de 2010

Eva Perón

Quisiera compartir algunas cosas que la figura de Eva Perón me suscita. No conozco mucho de su vida ni de su obra, pero me permito, y creo que lo debo hacer, decir algo a partir de los sentimientos que Eva Perón despierta en mí, esta mañana de agosto en que recuerdo la primera vez que sentí lo que siento al evocar tu presencia, Eva Perón. Era en los años 1970, la película La Hora de los Hornos. Esa fue la primera vez que vi tu rostro, el rostro de Eva Perón en el balcón de la Casa Rosada, en Buenos Aires.

El bombardeo a la multitud en la Plaza de Mayo. Otras mujeres, Eva Perón, reconozco en tu sentir, las mujeres del pueblo, las que vienen de abajo y tienen esa extraña manía de tener fe en la vida. Las que se juegan por su sentir, las que no tienen miedo. Las madres de Plaza de Mayo. Las madres y mujeres de las clases pobres, que no se doblan, que no se venden. Que no desisten, resisten. Yo no sé dónde estás, Evita, Eva Perón. Pero sé que en la condición femenina, de mujer de lucha, guerrera, noble, entera, que tu figura evoca, muchos vemos lo que es la mujer en la vida del hombre, lo que es la mujer.

Creo que el peronismo fue algo para la Argentina, mientras vos vivías. Eras el alma de una justicia que fue verdad, por poco tiempo, y que despertó el rencor y el odio de las clases dominantes. Tu opción por los pobres no era ideológica ni oportunista. Era tu lealtad a tí misma. Era esa nobleza de quien llegando al poder, no olvida quién es, de dónde viene, su historia, su identidad, su memoria de clase. En esa lealtad, es esa lealtad, la que nos mueve, hoy y siempre, a buscar ser lo que somos, a no vendernos, a no perdernos. La opción por los pobres no significa romantizar ni endiosar a los pobres, pero sí buscar la justicia.

Es reconocer que todos somos pobres en algo, y ricos en algo, como enseña Adalberto Barreto, el creador de la Terapia Comunitaria. Es saber que todos somos aprendices, como enseña Paulo Freire. Es saber que el mundo será mundo, humano, hermano, cuando seamos capaces de cumplir en nuestra vida, la voluntad de Dios, como San Francisco de Asís, como Gandhi, como John Lennon, como cada persona en este mundo que se siente parte de lo creado.