Dejaría algunas letras sobre la hoja, a ver si siento el
piso bajo mis pies. Escribiría una poesía o un cuento, no sé todavía. Algo que
le diera ánimo a mi alma. Ahora que las memorias me recuerdan cómo la luz se
abre siempre paso a través de la oscuridad. Esto en nada disminuye el dolor que
vuelve, pero le da sentido. Me une a la gente a mi alrededor, que pasa o pasó
por situaciones semejantes o peores. Julio trae esas memorias. Junio y marzo
trajeron las suyas. Y todas las memorias no son sino el recuerdo de que la vida
es más. El amor es más. La solidaridad, la fe, la esperanza, el esfuerzo común
en pro de lo mejor, son siempre más. Son indestructibles. Por eso me agarro a
las hojas. Aquí soy eterno e indestructible. Las hojas permanecen, aún si
perecen. Mañana saldrá el sol otra vez, después de años en que parecía que no
habría más sol. Siempre sale el sol. Siempre brilla el sol. Escribiría el
cuento de un niño que iba al parque con sus padres y hermanos. Andaba en
calesita. Hacían picnics en Potrerillos, al lado del río. Viajaban cantando canciones
de Navidad y folclóricas. Cosieron afectos que permanecen en el tiempo. Una unidad
imperecedera. Una familia numéricamente no muy extensa, pero cohesionada e
intensa. Coherente y persistente. Apegada a la rectitud y la corrección.
Soñadores prácticos. Constructores de un mundo amoroso que se hace cada día, en
cada acto, en cada pequeña cosa. Esto es lo que permanece. Esto es lo que no
muere. Esto es el amor real. Esto es lo que no hay dictadura ni golpe de estado
ni nada que pueda destruir. Esto es lo que el agua me recuerda. Yo creía que un
día podría no tener aquellos recuerdos dolorosos que me acompañaron
durante tanto tiempo. Ahora sé que de estas mismas sensaciones es que también
brota la fuerza que me sostiene. Cuando llegan, sé que vienen a recordarme que
nunca estuve solo. Tuve siempre Dios a mi lado.
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