Las palabras no solamente designan y
nombran. También construyen. Esto es muy importante de tener en
cuenta. Una palabra dicha no vuelve. Si lastimó, si hirió, no se
deshace el daño o la herida. Pero se puede construir algo diferente
con lo que queda, con lo que quedó. Para esto es necesaria la
comprensión. Darse cuenta de qué fue lo que ocurrió para que la
palabra nos hiciera daño. Sólo así se puede comprender, y
comprendiendo, perdonar. Podemos tener una noción más clara acerca
de lo que la palabra hace en cuanto construcción, si nos sumergimos
por un instante, en el universo linguistico de las personas que
amamos. ¿Qué son esas palabras --dichas o no dichas -- qué son
esos sentimientos y sensaciones, eso que registramos de manera tan
positiva e inequívoca en nuestro interior, que emana de las personas
que amamos, aquellas con las que existen vínculos positivos? No
siempre lo que registramos en estos contactos, se puede poner en
palabras propiamente dichas, pero su sentido y su sentimiento
respectivo son indudables. Sumergirnos en el lado interior del
lenguaje, de lo que decimos y de lo que oímos de lo que nos viene
del universo exterior, es una manera de ir haciéndonos cada vez más
dueños de nosotros mismos. Y también podemos ir teniendo una
sensación clara del tesoro interior que anida en nuestro pecho,
formado por tantas palabras que recibimos y emitimos a lo largo de la
vida, que nos vienen como una sensación de pertenencia y acogimiento
cuando necesitamos saber –y esto es siempre-- quiénes somos y
adonde estamos. El piso interior de nuestra vida está compuesto de
todas estas palabras dichas o no dichas. Esta sensación interior de
plenitud es como que la base de una convivencia más transparente,
pues de ella nacen relaciones más claras, oriundas de un contacto más íntimo con nosotros mismos.
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