Esta mañana, mientras estaba en la
clase de pilates, me acordé de una figura detestable que vi en el
diario hace unos días. Un personaje obsceno de la política nacional
argentina, que en la noticia era llamado de Presidente. No lo fue,
nunca hubo un presidente con ese nombre. Hubo un dictador, un traidor
y genocida. Un ladrón. Pero el punto adonde quiero llegar no es la
figura abyecta del personaje en cuestión. A lo que me quiero
referir, es a algo que esa figura y esa evocación me trajeron. El
pasado es la mierda de donde nace el árbol. Esto me vino a la mente
mientras seguía haciendo pilates y recordando el rostro anómalo del
genocida. ¿Qué es lo que ese pasado me dejó como lección? No son
lecciones que vengan fácilmente en palabras o frases. Algo, sin
embargo, comenzó a mostrarse claramente. Aquella obscuridad y la
claridad de hoy, están en estrecha relación. De esa mierda que me
tocó vivir, que nos tocó vivir en mi familia y en mi país, en mi
pueblo y nación, algo nació: una vida nueva. El autoritarismo, el
desprecio a la vida, la mentira y el terrorismo como sistema, están
presentes en personas que andan por ahí hoy, en los días actuales.
Aquello que todo mi ser repudia, y que con certeza todas las personas
decentes y de bien repelen, está presente como posibilidad en cada
uno, en cada una de nosotros y nosotras. ¿Hasta qué punto somos
capaces de cuidar de la vida con ternura? ¿Hasta qué punto somos
capaces de ver en nuestra vida actual, la suma de esfuerzos de
nuestros padres, de las personas que amamos, de nosotros mismos, de
mucha gente alrededor? Hoy siento un profundo rechazo por personas
con rasgos autoritarios, personas invasoras, abusivas. ¿Hasta qué
punto ese rechazo no es el fruto de muchos años de convivencia con
un sistema represivo? ¿En qué medida puedo ir fluyendo mejor,
fluyendo de manera más flexible, en el río de la vida, de manera
más integrada y comprensiva?
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