Un atril puede ser una buena compañía, una tarde en que el
calor y los ruidos del edificio en construcción. De hecho, un atril es siempre una
buena compañía. Una posibilidad de substraerse --por un momento que se hace sin
tiempo—de las molestias de cualquier tipo. El bastidor recibe los colores, y,
más que eso, lo recibe a uno con una especie de bienvenida silenciosa. Mientras
desparramo los colores sobre el blanco que se va tiñendo de fúcsia, algo muy
sutil se va recomponiendo. Es como si el tiempo se hubiera detenido, y uno
fuera otra vez un niño. En ese juego de intentar alcanzar la textura y el color
deseados, uno es otra vez alguien sin edad. Ahora ya es de noche, y ya fui a
dar un paseo por la beira-mar. También disfruté de algunas páginas de uno de
esos bellísimos libros de Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca. Libros,
colores, paseos, juegos. ¡Qué bueno es disfrutar de la vida! Anoche pasé algún tempo
visitando como quien espía, varios de los libros de mi biblioteca. Edgar Allan
Poe. Martha Medeiros. Marcel Proust. Graciliano Ramos. Jorge Luis Borges. Julio
Cortázar. Henry James. Jane Austen. Cecília Meireles. A veces hago estas pequeñas
excursiones, disfrutando de lo bello que puede ser este rápido paseo por
diversos libros. Libros, colores, paseos, juegos, amigos, amigas. Familia. ¡Cuántas
fuentes de cariño que hay en la vida!
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