¿Cuántas
veces en la vida me pareció que todo se había terminado? No fueron
pocas. Cuando me hice
esta pregunta, lo que
tuve inmediatamente como respuesta, fué que yo pude. Yo fui capaz. Hoy
me hice esta pregunta, y estoy meditando en ella. No necesito evocar
las situaciones en que sentí, en mi vida, que todo se había
acabado. Fueron muchas. Muchas más de las que me imaginaba. La
evocación viene por sí misma, pero en un sentido no de revivir,
sino de reforzar el poder que tuve de sobrevivir a esos momentos en
los que sentí que todo había terminado. Es
notable la fuerza interior que está a nuestro alcance cuando vamos
en su busca. En el momento actual, comparto esta pregunta y su
respuesta, pues creo que a muchas personas les está pasando que
creen que todo terminó. La
caída del régimen democrático en Brasil, la destrucción de la
institucionalidad estabelecida por la Constitución nacional, la
ruptura del aparato judicial como instancia de resguardo y custodia
de la legalidad, son, de hecho, situaciones que debemos lamentar. En
algún sentido, es una quiebra muy seria. No voy a entrar aquí en el
análisis de estos hechos, bastante conocidos por la opinión
pública. Lo que quiero focalizar ahora, es que la vida continúa. La
vida continuó cada vez que me pareció que todo había terminado.
También ahora la vida va a proseguir. Debe proseguir. Siempre va a
proseguir. La
vida en sí misma, es inextinguible, aunque a veces nos parezca que
no. Hay una fuerza extraordinaria a nuestro alcance, que solamente se
pone a nuestra disposición cuando todo parece estar sumido en la
oscuridad y la desesperanza. Esto
lo pude comprobar en 1976, en 1977, en 1978, y en varias otras
oportunidades, antes y después de estas fechas. Ahora lo recuerdo
porque viene una fuerza muy grande y consistente, en este mismo
instante en que todo parece haber sido destruído.
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