Los pajaritos cantan
anunciando el nuevo día. Escucho ese canto, que acuna este mi estar
aquí. ¿Qué
estoy haciendo? Escribo, escribo, escribo. Para pasar el tiempo, y
para detener el tiempo. Para registrar mi estar aquí, y para que
este estar aquí sea cada vez más real, más presente, más pleno de
esa infinitud que impregna cada pequeña cosa. Esta pregunta: “¿Qué
estoy haciendo?”, viene trayéndome cada vez más a un estado de
presencia. Más atención y menos reacción. Cuando me hago esta
pregunta, registro lo primero que viene. Estoy viviendo. Estoy vivo,
es lo primero que me doy cuenta. Esto es muy fuerte. Esto es muy
intenso. Estoy vivo y esto es un resúmen de muchos días, una
reunión de mucho tiempo. Situaciones de todo tipo, inclusive peligro
de muerte. Anoche estaba en casa de unos parientes amigos. En un
momento, me di cuenta de que el tiempo se ha venido ampliando, se
viene
mostrando como algo vasto e ilimitado. ¡Tantas
horas por vivir! ¡Tantas
cosas que uno puede hacer, inclusive no hacer nada! Cuando
sentí esta preciosidad del tiempo, este tan valioso presente, me
emocioné. Ahora estoy registrando este ejercicio de observación y
atención, como una manera de fijar lo que voy aprendiendo. Una de
las cosas que me
vienen llamando la atención, es el valor de la familia. Esto lo he
dicho ya muchas veces, y es probable que lo siga repitiendo. Ese
mundo inmediato de afectos que nos contiene y nos incluye, de pronto
es el piso más real sobre el cual estamos asentados. Es el lugar
donde estamos plantados. Puede parecer poco, ya que vivimos en una
cultura que valoriza lo que no se tiene y lo que está muy lejos,
mientras se desprecia lo que está muy cerca. El tiempo ha ido
pasando y sigue pasando, constantemente. Y mientras pasa el tiempo,
algo en mi se va fijando cada vez más en lo que está aquí ahora.
El canto de los pájaros. La vida que vuelve. La vida que fue
volviendo y sigue volviendo todo el tiempo.
Nenhum comentário:
Postar um comentário