En
las manifestaciones del día 31 de marzo pasado, había mucha
alegría. Yo no sé si venceremos. No sé si conseguiremos bloquear
el intento de destitución ilegítima de la presidenta Dilma
Rousseff, orquestado por un legislativo corrupto, una prensa venal al
servicio de la manipulación y la explotación, y un poder judicial
realmente acobardado, o, peor, envalentonado. Todavía no sé bien.
Se agrega a esto, una masa desinformada, que piensa lo que le ordenan
pensar. Fascismo, racismo, discriminación contra los pobres y los
indios. Machismo. La escoria de la sociedad levantada contra la
inclusión social, contra la distribución de renta, contra la
universalización de la cultura, la educación y la ciudadanía. El
Brasil de la esclavitud levantado contra la población que empezó a
respirar, empezó a ser gente, a tener lugar de gente, en los
gobieros nacionales del PT. Yo no sé si vamos a vencer o no, si será
la reacción y la oligarquía, la plutocracia, la mediocracia, que
irán a ganar el juego. La pulseada está dura. Lo que sí sé, sin
la menor sombra de duda, es que no se puede uno quedar quieto frente
a esta situación. O nos sumamos a quienes, desde abajo, desde la
base de la sociedad, siguen reclamando para que se respeten la
Constitución y las leyes, los derechos sociales y la continuidad
democrática, o entonces sí, habremos perdido, por omisión, por
complicidad, por apatía. Habremos perdido un lugar frente a nosotros
mismos, a nuestra propia conciencia. En la vida, no siempre jugamos a
ganador. Yo sé que en los años 1966-1973, no siempre fuimos a las
calles con la expectativa de ganar, en Argentina. Eran las dictaduras
que mataban estudiantes y obreros. Torturaban y hacían desaparecer
personas. No sé si teníamos la expectativa de ganar. Lo que sí sé,
es lo mismo que sé ahora, tantos años después, ya en Brasil. No me
puedo quedar en casa, de brazos cruzados, mientras el golpe avanza.
Esto sí que no puede ser. Por eso me alegra que la gente salga a la
calle, defendiendo un proyecto popular de país. Esto me sana. La
decencia sana. Lo que es noble, ennoblece. Estimula saberse parte de
un pueblo en movimiento. La esperanza sana. Salimos de un cierto
conformismo individualista, y nos sabemos más grandes. Respiramos
mejor. La alegría sana. Esta alegría sana.
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