La tarea de componer
un libro es una especie de encuentro con la eternidad. Uno va
juntando pedacitos de tiempo que fue captando con el pasar de los
días, y en esta costura, vamos llegando a un tiempo unificado. El
tiempo sin tiempo de lo poético. Así de pronto podemos volver a
tomar contacto con tantos instantes que fuimos viviendo. Momentos
singulares. Situaciones de lo cotidiano que se reúnen en nuestra
memoria y en el sentimiento. Esto nos rescata del tedio vital, esa
especie de cansancio que puede asolarnos, cuando perdemos la noción
de que cada instante, cada pequeña o grande cosa que nos toca vivir,
son partes inseparables de un único mosaico cósmico que nos
contiene.
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