quinta-feira, 8 de março de 2012

Sobre la identidad


Esta noche me puse a pensar, mientras miraba las estrellas en el cielo, sobre cosas que seguramente mucha gente ya ha pensado. Entre otras cosas, pensaba cómo es que una persona se va apartando de sí misma, cómo ella se va olvidando de quien es, va perdiendo el amor por sí, y se va transformando en algo que ella cree que puede llegar a hacerla aceptable a los demás. Estas reflexiones no nacen de la nada, sino de la observación de mi propio proceso personal de recuperación de mi propio ser. Estas cosas no le ocurren a nadie en soledad, sino en red, en relación. Uno no se píerde ni se recupera sólo. Me acordaba de cómo cuando era chico, vivía en un mundo de pocos nombres, eran más bien sentimientos. Recuerdo el cajón de madera que mamá había lijado por dentro, un cajón de manzanas, que fue mi primera cuna. Había flores de cosmos alrededor, y un canal de irrigación, un zanjón, estos son mis primeros recuerdos. De allá a acá, de aquel entonces a este momento, pasaron tantas cosas, estuve en tantos lugares, viví tantas experiencias, que a veces me parece increíble que en la vida de una persona pueda haber tantos recuerdos, tantas experiencias. Pero en todo ese trayecto, hubo gente con la cual me afiné, y otra con la cual desafinamos. Hubo de todo. Y en todo ese camino, hubo momentos de estar más en mí mismo, y momentos en que me fui alejando de mí mismo. Uno puede recuperar la noción de la integridad de su vida, de varias maneras, se me ocurre. Yo la recuperé por varias, también. Una de ellas, el encuentro con mi esposa y compañera, una persona en quien detecté una no-disociación, desde el mismo momento en que la conocí. Ese encuentro fue crucial para la recuperación de mi identidad. Y hubo otro acontecimiento, ocurrido a partir del encuentro con la que se tornó mi esposa, que también me dio un impulso muy fuerte para que pudiera volver a mí con más fuerza y seguridad: el contacto con la Terapia Comunitaria creada por Adalberto Barreto. Hubo también otros contactos muy importantes, amigos, familiares, que me ayudaron y lo siguen haciendo, a que mantenga la noción de mí que va siendo cada vez más coincidente con lo que soy. En este grupo, no puedo dejar de mencionar algunas personas cristianas que me enseñaron otra visión de lo que es el Evangelio, cómo la vida de Jesus puede ser una referencia importante para que uno vuelva a ser lo que es. Diré dos nombres, que no agotan la lista, pero que son suficientemente significativos: Dom Fragoso, y el Padre José Comblin. Hay toda una red social de recuperación de la persona humana construida alrededor de esta forma de vivir el Evangelio, de seguir Jesus. Y esta noche, mientras miraba las estrellas y reflexionaba sobre el vivir, el amor se me presentó como el valor máximo, lo que le da sentido a la vida. Parece que el mundo de hoy va en la dirección contraria: la de la explotación y la violencia, la discriminación y el abandono. Pero ese es sólo uno de los lados de la realidad. Está el otro, que se nutre del impulso contrario: el amor. Pensaba que Dios es ese amor incondicional, y ese amor está en cada criatura humana, es lo que cose todo lo que existe. Somos parte de este tejido, pero sólo volvemos a tener noción de esto, de nuestra radical amorosidad, gracias al amor de alguien. Esto nos va trayendo de vuelta, vamos dejando lo que no somos, las máscaras, y volviendo a nuestro ser verdadero. Este es el camino de vuelta. Hablo en primera persona porque no soy una persona genérica sino individual, como todos somos. Y mi esperanza es que cada vez más crezca, como veo que crece, el movimiento en pro del amor, del cuidar la vida, como contraposición a lo que el dinero puede comprar. Esto es animador.

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