segunda-feira, 5 de novembro de 2012

Poético-literariamente

La poesía me trae una especie de tranquilidad muy grande. Me parece que, en parte, esto deriva de su inaplicabilidad, de su inutilidad para fines prácticos, al menos de buena parte de ella. O sea, lo que me gusta de la poesía, de los poemas, es que son como un territorio a salvo del utilitarismo, de lo comercial, de lo que se produce para fines determinados. No digo que el poeta o la poetisa no busquen la belleza, al escribir sus poemas. No tengo duda de que esto ocurre. Pero también, se me ocurre, existe la expresión de sentimientos, y muchas cosas más que, aunque tengan su utilidad o resultados, valen por sí mismos en otros sentidos. Tal vez uno de estos sentidos de lo poético, sea la devolución, para los lectores y lectoras, de su lado lúdico, de ese lado nuestro que juega con el mundo, juega con la vida, juega con todo con lo que es posible jugar. Juega hasta (sobre todo) con la muerte, con las pérdidas, con lo imposible, con lo inalcanzable, que, en el juego poético y bellamente, pierden su fuerza asustadora. Obviamente, lo bello, el presente, el juego, la expresión de sentimientos, no agotan ni podrían agotar el campo de lo poético. Estos son apenas esbozos desordenados de cosas que me van viniendo a la mente, y que me gusta ir compartiendo, como modo de ir creando un espacio para el diálogo. Ayer leí un poema en la revista Criterio, que hablaba de alguien que se detenía frente a las vías del tren. Estos días pasados, leí varios poemas de Cecília Meirelles, uno de ellos, hablando de las cosas que no hay que olvidar: la canilla abierta, la hornalla prendida, la oración de cada instante. Todo gana una levedad en el poema. La oración de cada instante. Vivir puede ser una oración. Es una oración. Te levantas de mañana y ves el cielo que empieza a iluminarse, algunas nubes, el color del firmamento, algo violáceo anaranjado y azul. Otro de los poemas de Cecília Meirelles que leí, se llama “Canción mínima”, y habla del planeta, de un jardín, de una flor. En pocas líneas, el universo, lo inmenso y lo inmediato. La poesía también nos rescata — al menos a mí me acontece — del peso excesivo de las cosas, del ideologismo, del estar tan pegados a las noticias de los diarios o de la internet. Qué importan los gobiernos o la corrupción o las guerras si uno puede irse a un lugar donde lo eterno y lo efímero se dan las manos, en un ambiente de recogimiento y de unidad. Quién sabe si se puedan sacar fuerzas de esa quietud poética, también para luchar contra estos y otros males, menos pegados a cualquier cosa. Decía que en este territorio de la poesía estamos a salvo también de los ideologismos, de la presión de ideas salvacionistas o del combate a lo que sea. Uno puede respirar en un jardín, disfrutar de las flores o las estrellas, del cielo y de la tierra, independientemente de ser de izquierda o de derecha o de centro, o de la religión o del equipo de fútbol que sea. Y lo que digo de la poesía lo digo de la literatura. Qué me importa (aunque pueda importarme o ser importante) que José Saramago o Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar o Jorge Luis Borges o el Arcipreste de Hita o Sor Juana Inés de la Cruz o Gabriela Mistral sean comunistas o conservadores o católicos/as, o lo que fueran. Me importa si me llevan o me han llevado, si fueron capaces de llevarme a un lugar lejos de aquí, pero tan aquí, tan verdaderamente aquí, que por un momento o por mucho tiempo, consiguieron hacerme comulgar con lo eterno, con la belleza de lo efímero, con la riqueza de lo cotidiano, con aquellas partes mías que solo conozco cuando leo lo que han escrito. Foto: Gabriela Mistral

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