sexta-feira, 10 de maio de 2013

Un día diferente

Hoy fue un día bastante diferente, bajo diversos aspectos. El comienzo, la luz del día, la claridad entrando en el cuarto, el canto de los pájaros. Después, pasar por el portón del edifício, entrar a la calle, ir por la avenida hasta el edifico donde queda el consultorio cardiológico. Ver la mujer sentada en el banco, cerca de la puerta del ascensor. Me senté en el banco de al lado. En seguida, empezamos a conversar. El clima, el calor, la puntualidad del médico. Ella se puso a ver su celular. Me quedé mirando la parte interna del edifício. Me vino un alivio bárbaro, sabés, che. Miraba los pisos, las barandas, la escalera, las ventanas por donde entraba el sol de la mañana. Y de pronto, me dije: si esto no me dice nada, nada me dirá alguna cosa. Me decía, sí. Mirando todo eso delante mío, fruto del trabajo humano, me vinieron sensacioneas antiguas. Alivio. Recuerdos de otros tiempos. En eso se abre la puerta del ascensor y llega la recepcionista, sonriendo, invitándonos a entrar al consultorio. Allí siguió esta charla bastante incomun, pasando de un asunto al otro. Estudio, trabajo. Seguí acordándome de mis primeros tiempos. A la tarde, fui al banco a acompañar a mi mujer. La funcionaria sonriente preguntó si yo era su marido. No de ella, sino de mi esposa. Hojas de otoño en el piso, me alegraron, de un modo especial. El verde de los bosques de la universidad. El correo. Parecía que se repetiría el día anterior, que diera lugar a una breve crónica llamada “Las pequeñas cosas”. Conversé con el kioskero, subí al sindicato, charlé con el funcionario del correo. Uno se alivia de tantos temas “importantes”. Reírse, charlar cosas simples. Al final del día, caminé por la beira-mar y vi la gente que hace lo mismo a esa hora. Las luces a lo lejos. El mar oscuro. Un libro de Graciliano Ramos, Linhas tortas, encontrado a la mitad de la tarde.

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