terça-feira, 7 de maio de 2013

Experiencias literarias

Había empezado una libretita nueva, y esto le traía una alegría bárbara, casi infantil. En ella leyó, esta mañana, la anotación de anoche. Triunfos literarios. Libros terminados. Experiencias literarias. Se referían, las dos primeras, a la sensación que se tiene cuando vamos terminando de leer un libro. Sobre todo, si son o fueron libros grandes, como Cien años de soledad, de García Márquez, o Todos los nombres, de José Saramago, que quedaran por bastante tiempo esperando. Las experiencias literarias, se referían a lo que uno va experimentando mientras lee. En particular, a lo que sintiera ayer al leer alternadamente São Bernando, de Graciliano Ramos, y Caetés, del mismo autor. Eran recuerdos poco evocados, de tiempos juveniles, luchas estudiantiles, mujeres a las que creyera amar en aquellos años. Un poema al que ilustrara. Que hablaba de un niñito dormido en su cunita pobre, cajón de madera, de madera y bolsa, bolsa de arpillera. Lo supo más tarde, su primera cunita había sido un cajón de manzanas que su madre lijara por dentro. Las memorias de esos tiempos vinieran con vivacidad mientras leía los libros de Graciliano Ramos, disfrutando del arte del escritor alagoano, que relataba, en São Bernardo, los avatares de su tentativa de escribir el libro que narrara su propia historia. Y, en Caetés, los pormenores de su vida en una empresa en la que trabajaba, que le dejaba tiempo para ir escribiendo un romance que contaba la vida de los índios caetés, de los cuales apenas sabía que habían existido, y que comían gente. Mientras leía estos libros en la sala de su casa, escuchaba de vez en cuando las charlas de la criada que contaba dificultades de su vida diaria, y expresiones de su fe común. Esto último le alegraba, pues reavivaba su propia fe, una fe sencilla, que aprendiera a explorar en profundidad en la lectura de los libros del Padre Comblin, especialmente en Vocação para a liberdade, donde se enfatiza el ser uno mismo la persona que es, como la máxima realización de la libertad de la persona. Esto le recordaba lo leído días atrás en Valise de Cronopio, de Julio Cortázar, acerca de que el artista se inmortaliza al transformarse en su propia obra. Estas cosas le llenaban el alma de alegría. Venían canciones de los tiempos juveniles, despreocupadas, llenas de esperanza, algunas libres de todo ideologismo, donde se celebra la vida y el amor. Otras, trayendo el eco de los reclamos por justicia, comunes a aquellos tiempos. Le admiraba cuanto tiempo había pasado. De pronto, se sentía de nuevo como al comenzar aquellas jornadas tan sencillas pero al mismo tiempo tan movilizadas, interna y externamente. Los trabajos con las compañeras y compañeros estudiantes. Los comunicados en las revistas que apoyaban el movimiento de transformación de la carrera de sociología. Las manifestaciones. La ocupación de la facultad. Todo esto evocado años después, en 2008, al conmemorarse los 40 años de la carrera de sociología en la UNCuyo. Se emocionara, ahora y antes. Qué tiempos, qué jornadas. Qué bueno haberlo vivido, recordarlo, saber que aquello fue muy bueno, positivo, constructivo. Cómo algunos movimentos sociales tiene gran impacto en la vida de las personas. No buscábamos tomar el poder sino hacer algo por nosotros mismos, por un país más justo, más igualitario, más abierto a las necesidades de las clases populares y los trabajadores. El tiempo pasó, y hoy siguen los reclamos por justicia. La defensa de los indios y las mujeres, la defensa de la vida de los jóvenes que son asesinados en las periferias urbanas. No podía dejar de emocionarse, otra vez. Parece que nada cambió, pensó. Pero cambió, seguirá cambiando. Ya no vivo en mi cudad natal, esa Mendoza querida a la cual vuelvo siempre que puedo, de una manera o de otra. Pero ahora es esto, ahora esta otra forma de seguir construyendo un mundo mejor. Más justo, sin explotadores ni explotados. Con gente cada vez más sabiendo que puede, que vale, gente que cree en sí misma, que confía en sí misma, que sabe que su vida vale la pena. Que la vida es un don divino, es un don precioso, y que hay que cuidarla, hay que hacer que sea cada vez más tu propia vida. No la vida que alguien proyectó para vos, sino la vida que vos hiciste por vos mismo, por vos misma, para tu plenitud y para tu felicidad. Y esto no es el programa de algún partido o alguna iglesia. Es el programa, si así lo podemos llamar, de movimientos sociales que se desparraman por la base de la sociedad, como la Terapia Comunitara Integrativa, que prosigue los trabajos de Paulo Freire y de la Teología de la Liberación en medio de las distintas clases sociales, construyendo el hombre y la mujer nuevos, como ayer, como siempre y para siempre, mientras haya vida, para que haya vida y la haya en abundancia. Y para no perder el tono con el que comenzaron estas anotaciones: sin perder nunca de vista el poder humanizador del arte, especialmente de la literatura y la poesía, que están al alcance de todos y de todas. Y que nos recuerdan, constantemente, que la belleza es el mejor camino hacia lo eterno. El más directo.

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