segunda-feira, 24 de fevereiro de 2014

La vida son restias

En la vida hay restias, o la vida son restias. Esto lo supe ayer mientras miraba un cuadro en la casa de una familia amiga, que vive en Chacras de Coria. En el cuadro se veía una mujer en un patio, en cuya pared se dibujaban las luces y sombras de unos árboles. Era una luz proyectada desde arriba, el sol bajando y mostrándose en la pared. Cuando supe esto me vino una tranquilidad bárbara. Réstias, frestas, rendijas, brechas, grietas. En la misma hora, me vinieron todas estas y algunas otras palabras semejantes. Una luz, una hendidura, en el poema de Jorge Luis Borges, Para una versión del I King, el libro de las mutaciones. Una rendija, en el texto de Julio Cortázar en La vuelta al día en 80 mundos. Graciliano Ramos, en Angústia, describe una rajadura en la pared, por donde se ve el tiempo y los acontecimientos Edgar Allan Poe, en La caída de la Casa Usher, también se admira de una grieta que baja por la pared del castillo, perdiéndose en las aguas del lago que lo rodean. Réstias, frestas, rendijas, hendiduras. Uno puede ver a través de ellas, la vida se nos muestra desde esos espacios aparentemente despreciables o insignificantes. En realidad, la vida ocurre desde esos espacios. Cuando algo se rompe, o se golpea, se triza, se abre una rajadura. Por esa rajadura, hay una posibilidad. La ruptura abre una posibilidad. Nadie vive una vida padrón, son siempre vidas singulares y únicas. La grieta nos puede mostrar eso. Podemos ver esa luz que está por todas partes, que nos invade, nos muestra lo que está bien, lo que es justo y querido por Dios, lo que es el amor, lo que une todas las cosas.

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