A veces pienso en
las posibilidades. En lo que me podría llegar a gustar hacer. En lo
que podría llegar a querer hacer. Ese es un espacio de lo que podría
llegar a gustarme hacer. Muchas veces me cuesta decidir. Es que son
tantas las cosas que pienso que podría llegar a querer hacer, que no
sé muy bien por dónde empezar. Qué hacer o no hacer. Por qué
hacerlo o no hacerlo. En general, hay una mezla de querer y no
querer. Ambiguedad. Esto tiene raíces en mi historia. Hay veces que
todo está muy claro, y ando como si dijéramos, en el filo de la
corriente. Me dejo llevar. Decido o no decido, y todo va bien. Me
organizo. Prioridades. Fluir. Parece que todo es como debería ser.
Todo está bien y yo también. Otra veces, es lo contrario, y esto se
mezcla con lo anterior. Es decir, es una dificultad bárbara saber
qué es qué. Por qué levantarme o no de la cama. Qué hacer o no
hacer. Lo anterior. Yo no sé muy bien por qué esto es así, aunque,
como decía, me parece que esto tiene que ver con mi historia de
vida. Presiones externas e internas excesivas. Toda decisión se
hacía en situaciones de extrema exigencia. Tener que agradar
siempre. Tener que desagradar, pensando que así me iría a agradar a
mí mismo. Una espiral cerrándose. Hay veces que el tiempo se vuelve
sobre sí mismo. El tiempo vuelve al cero. Esto me ocurrió el día
10 de junio, cuando nació mi nietito. Sentí esto que estoy
compartiendo ahora. El tiempo se habia detenido. Veía a mi esposa,
mis hijos, mis consuegros, la familia en la maternidad. Y sentía que
el tiempo se había detenido. Tengo la impresión que de algún modo,
algo se realizó. Algo de una significación tan grande, que todavía
no lo registro muy bien en la conciencia. Es como si la vida hubiera
pasado adelante, de una forma tal que el tiempo quedó atrás. Se
abrió un espacio enorme. Ese espacio está abierto. La llegada de
este niño es como si me hubiera dado un toque de eternidad. Un venir
acá. Un estar aquí.
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