Son importantes las
elecciones. Sin duda. Pero son importantes también, las elecciones
de todos los días. Las que hacemos a todo momento. Yo me siento de
alguna manera impulsado a decir que sigo reivindicando la democracia
política como una forma de gobierno preferible a cualquier otra, aún
con todos sus defectos. Sin embargo, creo que es aún más importante
lo que cada uno de nosotros, cada persona, ciudadano o ciudadana,
hace todos los días en sí mismo y en su entorno inmediato, para
hacer que la vida valga la pena. Me cuento entre el número de
quienes valorizan las acciones mínimas, los movimientos pequeños, o
no tan pequeños, que hacemos diariamente, en el sentido de hacer más
humana la vida. Honrar la vida. Honrar a nosotros mismos.
Transformarnos en la persona que en lo más intimo de nuestro ser,
somos. Esto es, deshacernos de las máscaras con las que
frecuentemente se va opacando nuestra verdadera identidad. Ese juego
de reflejos que brilla en lo más recóndito de nuestro corazón, y
que hace que seamos esta persona, y no otra. Podría ahora enumerar
algunas de las vías o caminos que llevan a esto, al vivir auténtico.
Hablaría de la Terapia Comunitaria Integrativa, en cuyo seno vengo
recuperando, desde hace ya muchos años, el sentido de vivir.
Hablaría de la poesía y la literatura, como formas de recuperación
de la vida vivida, no pensada. Hablaría del Evangelio de Jesús
Cristo, que no puede ni debe confundirse con las interpretaciones o
prescripciones que se producen en el ámbito de las iglesias, dogmas
o doctrinas. Podría referirme, y creo que aquí se aúnan todas
estas vertientes, al niño interior que nos habita, y que está listo
para guiarnos hacia la libertad, pues lo ha venido haciendo a lo
largo de toda nuestra vida. Pero prefiero que cada uno, cada una,
mire hacia su propio interior y hacia su trayectoria de vida. Allí
encontrarán, como encuentro, las fuerzas necesarias para proseguir.
Seguir creyendo. Seguir construyendo desde abajo y desde adentro, una
vida mejor porque más amorosa y justa.
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