quinta-feira, 18 de fevereiro de 2010

El lugar

Ese sería su escrito definitivo. Su mejor escrito, talvez. O, si prefieren, el escrito al cual estaba destinado. Las palabras ocupaban sus lugares, y en él algo se ubicaba, también, simultáneamente. La relación era directa, sin intermediación. Talvez todo escritor o artista, la persona común un día, todos y todas alguna vez, en una oportunidad inolvidable, sintieran esa sensación de que todo está en su lugar, que todo, aún aquello que te incomoda o te molesta un poco (no hablo de grandes dramas o tribulaciones) está donde debe estar. Pero ya me estoy alejando del foco. Decía que era su escrito definitivo. Su escrito final. El escrito al que estaba destinado. Como si el universo entero fuera una tipografía y tú, que me lees, la letra exacta para el lugar exacto. ¿Ya tuviste esa sensación? Si fuiste niño o niña, lo sabes. Sabes qué es esa sensación que tuviste, que tienes ahora, cuando tu vida no eran expectativas ni miedos, era sólo levantarse a la mañana y vivir, solamente vivir, como ahora, tantos años después, ya viejo, lo mismo, otra vez. Esa sensación de encaje, como digo. Repito. Los viejos repiten, repetimos, y repito. Todo está donde debería estar. Todo tiene su lugar. Un poema nunca es un poema, es una intersección, una integración de poemas y poetas, de frases poéticas y de la poesía. Es una costura continua en que a veces percibes y otras no, pero existe, la unión total de todo y de todas las cosas. Es eso que sientes esta mañana y tantas otras veces, y con certeza otros y otras sienten también en sus vidas, en algún momento, o siempre, no lo sabes. El lugar.

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