sexta-feira, 21 de setembro de 2012

Fragilidad

A veces una disminución de tu capacidad física, derivada de una indisposición o de una molestia leve, o la dificultad para aceptar tus propias limitaciones para atender necesidades de personas queridas muy próximas o distantes, te traen para estados de tristeza o de mal humor. Tienes que aprender a vivir dentro de los límites. A todos nos pasa lo mismo. Uno no puede resolverle la vida a los demás. A veces ni la propia conseguimos poner en orden. Hoy andabas sin muchas ganas de nada. Viste un pedazo de una película sobre una pareja que se iba a casar en Navidad y venía un tufón y alteraba todos los planes, impidiendo a la novia de llegar a tiempo. Aprecias más las cosas pequeñas de cada día, el contacto con las personas de casa, que a veces por la rutina puede llegar a perder importancia. Agarrabas una bolsita de maíz molido para hacer cuzcuz, y una emoción te vino. Tu amada te recordó un florerito de tu abuela que está en la cocina, donde ella guarda monedas, y una emoción te embargó. Leías, días pasados, un libro de Saramago, As pequenas memórias, y otro de Marcel Proust, No camino de Swann. La infancia. ¿Dónde está el niño que fui? Tratando de acordarse de sí mismo, sabiendo que un día volverá, a tiempo de poder vivir la vida una otra vez, con toda su magia y encanto. La fragilidad de la vida es verdaderamente asombrosa. A veces la sientes con toda intensidad. Todo es tan frágil. Y recuerdas una frase que dice que mi flaqueza hace manifiesto el poder de Dios. Dios, Dios, ¿dónde está Dios?

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