sexta-feira, 14 de setembro de 2012

Inclusión literaria

Hay unos días en que la persona está, por así decir, en estado literario. Esto lo he dicho ya varias veces, y lo seguiré diciendo, pues hay varias cosas que se repiten, y así como todo o muchas cosas se repiten, yo también me repito. ¿No te has dado cuenta de lo linda que es la repetición? Esta mañana bien tempranito, cuando todavía era de noche pero ya se notaba que el día estaba por empezar, se escuchó el canto de un pajarito. Ese canto fue la señal inequívoca de que la noche se estaba yendo y el día estaba por empezar. Escribir o hablar, a veces se hacen muy trabajosos, porque uno tiene que ir buscando palabras o expresiones alternativas, para no tener que repetirse. Lo que quería decir, y debo intentar decirlo antes de que ya no sepa más qué es lo que quería decir, es que muchas veces, cada vez más, el mundo literario me viene incluyendo. Inclusive, y esto no es sólo un juego de palabras, en cada pequeña cosa de la vida diaria. Si te vas a dormir, te viene el recuerdo exacto del personaje de No camino de Swann, que estás leyendo ya hace varios días. Y justamente en ese libro, leías el otro día, como ese tal Swann, tan pintorescamente creado o retratado por el autor, tenía una nariz aguileña, y otros trazos que el autor muy bien describe, al punto de él mismo decir (el autor, no Swann), que las personas que encontramos en lo cotidiano, vienen como que a encajarse en la idea que nos hemos hecho de ellas. Esta descripción, en todos mis años de sociología, apenas la encontré de raspón (y muy dificilmente) en alguno de los cientos de libros que tuve que leer para llegar a adquirir el diploma profesional. Y los autores o autoras, siempre hay que agregar, unos y otras, o las otras y los unos, van creando climas y ambientes en loa cuales uno se va incluyendo más y más. De pronto es Lya Luft en las Múltiplas Escolhas, o José Saramago, en El hombre duplicado, Arthur Clarke, en A cidade e as estrelas, o Ray Bradbury, en El vino del estío, que van reponiendo una sensación de normalidad para los mortales, que los intelectuales se empeñan en deshacer. Dice Saramago que aunque nos quejemos de que nos cuesta decidir, lo hacemos a toda hora. Esto lo sabemos, pero nos hace bien que alguien lo diga. Y que ese alguien sea alguien que nos incluye, no que nos viene a criticar o a censurar, o a decirnos: ¡por qué sos tan indeciso o tan indecisa! Recuerdo que Jorge Luis Borges decía que los seres humanos tendemos a contradecir lo que nos quieren imponer. Y es así, de hecho. Julio Cortázar decía que él siempre se había sentido contenido en los libros que leía, y que esto difícilmente le ocurría en el llamado “mundo real.” Estas cosas nos hacen pensar, deben hacernos pensar, en la enorme importancia que tiene la imaginación para la felicidad humana. Mientras los sistemas de creencias y las ideologías, así como un cierto sentido común (no todo, pero hay uno abominablemente reaccionario y cuadrado) nos vienen a querer obligar a creer en cosas que alguien cree que debemos creer, por nuestra parte, podemos y debemos hacer el esfuerzo contrario, de crear mundos y más mundos libres, sueltos, a nuestra propia imagen y semejanza. Mundos plenos, unitivos, justos, bellos y armoniosos, en mi caso. Pues no concibo utopías para el mal, sino solamente para el bien. La literatura nos reconcilia con nuestra humanidad, nos abre espacios donde podemos ser quien somos, y no sentirnos forzados a ser lo que otros piensan que debemos ser. Foto: Ray Bradbury

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