Una vez me preguntaron qué hago,
además de escribir. Confieso que me quedé perpejo. Es como si a un
pez le preguntaran qué hace además de nadar. Me parece que no hago
muchas más cosas que escribir. Escribir se ha ido haciendo mi manera
de predominante de ser y de estar en el mundo. O tal vez ya lo fuera,
y simplemente se fue reconfirmando. Lo concreto es que actualmente es
como si el mundo y yo en el mundo, solamente se hicieran reales
después que escribo. El mundo se hace real cuando escribo, y yo me
hago real al escribir. Esta mañana me daba cuenta de esto. Escuchaba
el canto de los pajaritos anunciando la llegada del día, y yo ya he
escrito algunas veces sobre este canto de los pájaros. Entonces eran
pájaros míos, pájaros de mi mundo. No era algo externo que me
llegaba, ese canto. Era mío, era interno. Así de a poco el mundo
fué haciéndose mío y yo fui sabiendo que tenía un lugar en el
mundo. Y no es un saber intelectual, lógico, sino un saber integral,
físico y social, espiritual. En la medida en que fui llegando a la
hoja y en que fui compartiendo lo que iba descubriendo, fui entrando
en diálogo con otras personas. Me fui dando cuenta de que en muchos
de mis escritos había y hay, como fibras de oro. Una frase clave,
algo que relumbra. Esas frases de oro son como las pajitas del nido
que me ainda, donde vivo. Obviamente, lo que escribo y lo que leo –
no solamente en los libros sino en la vida misma y en el mundo, en la
gente, en la naturaleza, en los lugares por donde voy y en las
conversaciones de que participo –son como las dos caras de una
moneda, una cosa no existe sin la otra. Muchas veces cuando escribo,
es como si mis escritos anteriores, todo lo vivido que fue pasado al
papel y los ecos despertados en otras personas, convergieran sobre lo
que voy escribiendo. De esta forma, lo que podría ser (y en algún
sentido lo es) una actividad solitaria y aislada, se transforma en un
quehacer colectivo y comunitario, integrado e integrador. Muchas
personas se reconocen en lo que escribo, así como yo me he ido
reconociendo y seguiré reconociéndome en los escritos de muchos
libros leídos. Es como un corredor de espejos que se reflejan
mutuamente, hasta el infinito. Esta tarde salí a caminar por las
veredas del bairro donde estoy viviendo en Mendoza, y sentí una
sensación de infinitud. Como si el caminar, ese caminar específico,
estuviera unido a todas las caminatas de mi vida. Todo integrado. Tal
vez caminar y escribir se parezcan mucho con otras tantas actividades
con las que los humanos tratamos de irnos uniendo con lo que no tiene
límite, con el infinito.
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