quinta-feira, 15 de janeiro de 2015

Contemplación

Estaba viendo una foto de una mujer bellísima que una amiga puso en el Facebook. Miraba esa imagen. Me daba cuenta de que esa belleza toda estaba allí. Ese cuerpo desnudo era como una estatua. Una fijación en el tiempo. Ahora a la tarde, volví a sentir sensaciones antiguas, sensaciones primeras. Ese tiempo primordial es muy interesante. Tengo la impresión de que ese tiempo original, ese tiempo de las sensaciones primeras, está en un lugar de nuestra memoria, y en algún momento irrumpe. Es como lo que sentí con las primeras flores que ví, cuando niño. En algún lugar están esas sensaciones, esos sentimientos, que me remontan a un tiempo tan bueno. Un tiempo muy agradable. No son evocaciones que uno busque intencionalmente, sino que se presentan por sí mismas. De algún modo, creo que un escritor o una escritora, así como muchas otras personas de cualquier otra profesión, estamos siempre volviéndonos hacia ese tiempo primero. Es como si la literatura, el leer y el escribir, la poesía, la convivencia familiar y fraternal, la coexistencia con las personas más próximas con las cuales compartimos sueños y esperanzas, afectos, fueran constantemente remitiéndonos hacia la infancia, pero no de un modo totalmente explícito. A veces es explícito, sí, ¿no sé si me explico? Pero otras veces esto de andar tratando de capturar lo nuevo del instante, esto de andar tratando de agarrar lo que no se repite en cada circunstancia, se me ocurre que de pronto puede estar abriéndonos a la percepción de ese tiempo unificado cuyo recuerdo nos reaviva y nos revive, nos reinstala en la eternidad del ahora. La atención a lo bello, esa especie de éxtasis que siento al ver algo bello, no importa qué sea, me da la impresión de que es un camino corto, al alcance casi en cualquier momento.

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