Despertando
Había
empezado el día, aparentemente de manera parecida a muchos otros
días. ¿O sería que mi atención todavía no estaba demasiado
aguzada? El sueño de anoche. El frescor de la mañana. El canto de
los pájaros. Mirar por la ventana a ver cómo estaba el tiempo. Unos
matecitos. El diario. El horóscopo. La cartelera cinematográfica
con algunas opciones posibles. Más recuerdos del ayer y de antes de
antes de ayer. Los ayeres son como los pisos sucesivos de una
pirámide sobre la cual el ahora está instalado. El cariño de
amigas y amigos. El cariño de mis hijos e hijas. Las imágenes de
estos últimos encuentros, que pueblan mi interior. La película de
anoche. Papá despertando. Sobre el ahora converge “abrumador y
vasto el vago ayer” (Jorge Luis Borges, El despertar).
Tantos recuerdos. Tantos pero tantos. ¡Tantas otras mañanas, en
esta misma casa y en otras tantas casas a lo largo de ya tantos años!
El tercer día del año está empezando. Y no deja de haber una
cierta sorpresa. Aquella misma de tantas otras veces. La sorpresa de
estar vivo. Respirando. Escuchando. Sintiendo el aire entrar y salir.
Entra y sale el aire. Pulsando. La vida va y viene. Va y viene la
vida. El aire. La vida. Sigue llegando el ayer a raudales. Como si
este instante estuviera en realidad cercado o impulsado por una
infinidad de momentos pasados. Los sueños. Las posibilidades. Las
propensiones. Las proyecciones. Los deseos. Todo lo que es el vivir,
el estar vivo.
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