Hay veces que tengo
unas ganas bárbaras de escribir y publicar alguna cosa. Cosas nuevas. ¿No
podrían ser viejas cosas recicladas? A esta altura de la vida, en lo que a mí
se refiere, lo viejo tiene ya más lugar que lo nuevo. Lo nuevo es como si
dijéramos, el florecimiento de una larga vida que ya va vislumbrando el
crepúsculo. Ha pasado ya tanto tiempo desde que me empecé a asomar a este lugar
del que formamos parte, sin podernos escapar de él. El mundo, adivinaste. Un
lugar que nos desafía, atrae, expulsa, golpea, acaricia, seduce, agrede,
fascina. Después de todos estos años en este juego en el que muchas veces uno
no sabe si está de ganador aunque esté perdiendo, cuando mira las cosas en
retrospectiva. O si estamos perdiendo cuando nos parece que estamos en ganadores.
En este baile del cual como te digo, che pibe o piba, no hay modo de escapar,
aunque tantas veces uno haya creído que podía hacerlo, escondiéndose, haciendo
de cuenta. Hay veces que hay que escapar, aunque no sepas muy bien adonde. Aunque
el escape sea dar una vuelta a la manzana o irte a la playa o al parque o a la
montaña o a dar una vuelta al centro. Crees que hay modo de irte encontrando
en este juego de reflejos, en estas fugas y encuentros. Por ahí te parece que
está todo bien, todo en su lugar. Tu confort, tu casita, salud para dar y vender,
sueldo a fin de mes. Y de pronto todo eso que te da tanta tranquilidad, no es
más nada. Y estás otra vez en busca de un rayo de sol. Un rayito de luz que, sabés,
está adentro tuyo, pero también afuera. Luz y sombra. Eterno juego. Busca.
Nenhum comentário:
Postar um comentário