Me pongo a escribir, por la simple necesidad de hacerlo.
Estar en mi lugar. Ser yo mismo. ¿Hay una necesidad o razón mayor? Escribo
sobre la vida que llevo aquí en la casa de campo, y en la ciudad. Aquí veo los
pájaros y escucho sus cantos. Siento el
perfume de las flores del campo. La vida es más intensa aquí. Presiona menos el
bombardeo diario de desgracias y negatividad de los medios de información. Se
diluye en un ambiente que llama a la oración, a la contemplación. Viene la
presencia de mis abuelas y abuelos. Mis padres y hermanos. Mis hijos e hijas.
La vida se condensa y se resume. Miro alrededor y veo las mangabeiras, que son
como un anidamiento continuo y esencial. Es como si uno estuviera en el regazo
de Dios. Me rodean los colores con los que paso el tiempo jugando, como cuando
era niño. Los libros donde me refugio y me rehago, continuamente. Vienen
memorias de tiempos difíciles. Tiempos que hoy se reciclan en un florecer que
me asemeja a todas las personas a mi alrededor. Agradezco haber sido capaz de rehacerme cada vez que me tocó hacerlo. La
vida es un desafio constante. Sé que la vida en sí misma, será para mí,
siempre, un misterio. Ahora es ya un solo domingo. Un único día de celebración
y agradecimento.
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