sexta-feira, 10 de fevereiro de 2012

Una botella al mar

El día había comenzado con el canto de los pájaros. Era la manera habitual como llegabas al lado de acá. No sabes dónde estuviste. A veces queda alguna imagen o sensación, un vislumbre, uno de esos trazos de sueño que uno es capaz de evocar al despertarse. Esta vez no. Solamente viste la ventana abierta, unas gotas de lluvia que quedaron en la parte de abajo, alineadas como cristalcitos. La pileta a esta hora del día, es como un cristal celeste medio azulado, un mundo acuático. Las plantas del pergolado, donde a veces vienen los colibríes en sus vuelos tan tenues, a beber el néctar de las flores naranja que crecen como pájaros vegetales buscando el cielo. Oyes los trinos de las aves en el jardín. La ciudad adormecida comienza a despertar. Más allá, ha de estar el mar inmenso, infinito en su horizonte de olas distantes y cercanas. Las nubes tal vez escondiendo o comenzando a mostrar el sol que tantas veces vieras, tantas veces verás aún. Y la arena guardando las marcas de tantos pies yendo y viniendo, todos los días, en las dos direcciones permitidas por el mar, por esa línea donde unen su agua los continentes. Las imágenes de las personas en la arena, tú mismo, tantas veces, haciendo gimnasia o simplemente mirando, o entrando al mar. Las olas como en un grabado de Gourmelin, como talladas en piedra líquida en movimiento. La reunión de ayer, las palabras de las compañeras y compañeros, esa sensación de estar viajando a tiempos remotos, proféticos, prolongados hasta el hoy. Los gatitos en el pasto, como acomodados en el verde. El camino de piedras que lleva al sector donde está la salita de reuniones. Un silencio antiguo que a veces vuelve a ti, vuelve en ti. Una necesidad de dejarte amalgamar en el todo. A la noche, un viaje por los mundos de Garcia Márquez en El amor en los tiempos del cólera. Un remanso a los afanes de esa publicación de tu libro que es un pasaporte para el ahora, y que tu amiga a la distancia y tu padre te ayudaron a construír. Ahora el zumbido suave del computador te dice que es hora de poner esta carta en el buzón cibernético y dejarla ir, como botella al mar. Buen día.

Nenhum comentário: