segunda-feira, 13 de abril de 2015

Otro tiempo

Hay un tiempo unificado, al cual puedo integrarme --y de hecho me integro-- cuando miro las flores del jardín, o la estatua del rosedal, o la belleza de una mujer o de un atardecer, o cuando escucho el canto del pájaro o veo el rostro de un niño o el fluir de las aguas del río o el resplandor del mar a la noche bajo la luz de la luna. Este tiempo es eterno, es un tiempo que no pasa. Es un tiempo detenido, en el cual me uno a todo lo que existe. El pasado y el presente de mi vida se unen. 

Ya no hay ayer o ayeres, ni hay allá lejos o no sé donde. Todo es un ahora extenso e intenso, quieto, inmóvil, prácticamente. No importa si estoy en una tienda mirando ropas o en el gimnasio escuchando música y viendo las flores a la orilla del zanjón o escuchando a mi padre o simplemente descansando. 

Lo que importa es si estoy relajado, con poca o ninguna expectativa. Sin exigencias o casi sin exigencias. Entonces es como si me extendiera en todas las direcciones, sin salir de mi lugar. En realidad, creo que ese es mi lugar, ese mundo de belleza y quietud al que accedo muchas veces cuando leo un libro o recuerdo un poema. 

No necesito estar forzándome todo el tiempo, ni reaccionando todo el tiempo. No necesito estar siempre reparando en lo que falta, lo que no hay, o lo que no es como me gustaría. La gente es como es, el tiempo es el que es, y cuando aflojo un poco mi exigencia o mis expectativas, lo que está me satisface. Y me da una alegría serena y suave. 

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