Un día que comienzas a querer reconstuir, como tantas otras
veces, momento a momento. No necesariamente en secuencia cronológica. De algún
modo, con el afán de retener algo que la marcha del tiempo fue dejando en tu
memoria.
De mañana, en el gimnasio, darme cuenta de que hay ciertos recuerdos
sobre los cuales no vale la pena detenerse.
O mejor, cuando viene esa memoria, focalizarla desde el lado de
acá. O sea, concretamente: ¿qué
fué lo que aprendí con la dictadura?
No qué es lo que la dictadura me enseñó.
No. La dictadura no me enseñó nada. Pero yo aprendí muchas cosas en virtud del
exilio al que me vi obligado. Descubrí que yo podía sobrevivir en el extranjero,
yo pude estudiar, yo pude conseguir trabajo, etc.
Enfatizar el aprendizaje, no la
situación de sufrimiento en la cual el aprendizaje se realizó. Y aún cuando
viene el dolor del recuerdo, pensar que en esa situación difícil, yo fui capaz
de sobrevivir. El día fue yendo, y las veredas, la vuelta a la casa de mi
padre.
De tarde, encontrar algunos vecinos amigos. Conversar con ellos. Escucharlos.
Ellos también tienen su propia historia. Dejar que la vida me vaya diciendo cosas a su
modo. Un modo tenue, intangible, pero muy real.
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