Dejar que las palabras vayan bajando a la hoja. Como tantas
otras veces, que ya parece un ritual.Volver a la fuente. El manantial. Beber del propio pozo. ¿Qué
diría? ¿Qué
podría llegar a decir? ¿Qué diría que me contuviera, si esto del escribir se ha venido
haciendo cada vez más una auto-construcción contínua. Un hacer el mundo en el que vivo. Un hacerme a cada día,
cada instante, en todos los momentos. No tan así, no siempre así, pero mucho
así. Un dejar que la palabra venga a decir cosas. Ser palabra.
Dejarte palabra venir. Soltar las reglas gramaticales y las normas del habla
correcta.
¡Qué importan tantas reglas y normas, si no siempre nos
conseguimos comunicar, de tan atenidos a ellas!
De repente permitir que la vida te diga cosas. Como cuando
andás por las veredas de Mendoza, después de tantos años, y es como si nunca te
hubieras ido.
Ves los rostros de tantas personas que te han ido dando la
bienvenida a su modo, simple y sinceramente.
Y es como si nunca me hubiera ido. Como si nadie se hubiera
ido. Como si aquél sueño de muchos y muchas, se hubiera realizado.
¿Y no será que se está realizando? No quiero nunca contarme
entre el número de los escépticos, aquellos que se contentan en criticar todo y
a todos.
Prefiero seguir manteniendo la esperanza y la fe, que muchas
veces son una llama pequeñita, pero sin ella, sin ellas, esperanza y fe, no hay
vida. ¡Viva
entonces, vida! ¡Viva, vida!
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