Una de esas tardes
en las que uno, deliberadamente, se libera de cualquier preocupación
o compromiso. Para dedicarse lisa y llanamente a no hacer nada.
Simplemente tener la tarde toda para vos. Saber que todo ese tiempo
te está disponibe para que hagas lo que quieras, o nada, si es esto
lo que querés. Descubrir de pronto una sensación tan buena. Le
estás prestando más atención, una atención cuidadosa, tierna, a
quien más te ama. A quienes forman tu círculo más íntimo.
Familiares y amigos. Personas muy queridas de las cuales estás
hecho. Hoy, en particular, tomé conciencia de algo que se me viene
presentando al entendimiento desde hace bastante tiempo. El tiempo
pasado. La suma de los días vividos. El tiempo que fue pasando y que
se fue consolidando para dar como fruto este ser que está aquí y
ahora, en este preciso momento, escribiendo estas cosas. Me sorprende
estar vivo. Andar por la vereda. Respirar. Estar con la gente. Ir a
la panadería o a la verdulería, y ver toda esa vida que bulle allí.
La calle, ese río incontenible, con sus aluviones metálicos de día
y de noche. Infinitas personas yendo y viniendo de todas partes hacia
todas partes. Lo que es la vida. De pronto, sí, es esto.
Sorprenderme, estar realmente sorprendido, por estar vivo.
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