terça-feira, 11 de novembro de 2014

Acacias

Esta mañana me dí cuenta de que hay un sinnúmero de cosas que no tiene nada que ver. Ocupan espacio, demandan tiempo y energía. Como que encajándose con esta constatación, fui dispensado de una actividad que me habría generado algún estrés.
Me vi substituído en la tarea de llevar a una persona querida a su lugar de trabajo. Esto me descomprimió. Me vi de repente con tiempo libre a mi disposición. Bajé al garage con tranquilidad, y fui manejando despacito en dirección al consultorio del dentista.
Pero lo que quiero enfatizar aquí, es que al descomprimirme, vi unas flores de acacia que había visto una vez en Manaíra, en frente de una plaza. Vi las flores colgando como farolitos japoneses (o chinos, no sé). Pude dejar pasar peatones que intentaban cruzar la calle, así como otros autos que salían a la red de circulación urbana.
Y llegué al árbol de acacias en flor. Amarillas. Hermosas. Con toda calma, estacioné y bajé. Saqué tres fotos, que ahora vi, en la sala de espera del dentista. ¿Para qué tanto apuro? ¿Para qué tantas cosas? Tanta actividad, tantas ocupaciones. No hay nada de malo ni con la actividad, ni con las ocupaciones, ni con las preocupaciones, ni con nada de lo que constituye el vivir. Pero también está la vida en sí, el mero vivir. Algo tan simple.

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