Esta tarde pasé un tiempo pintando, en la sala. Los
colores. Rojo, azul, verde, amarillo, blanco, negro, verde. Primero un papel
pintado de azul. Tranquilidad. El azul me trae una tranquilidad bárbara.
Después, un cuadro grande de óleo sobre tela, amarillo y rojo. El rojo fue apareciendo
dibujando un sol irradiante. Pétalos de flores de fuego. Alegría. Una jornada
corta en el tiempo, intensa en la vivencia. Estos momentos tienen la virtud de
ser momentos para mí, en los que me permito estar volcado hacia mi propia realidad
interna. Mi historia, mi familia, mi trayectoria de vida. Los colores me unen. Me
reúnen. Vuelven mis hermanos, vuelve mi madre, vuelve mi padre, vuelven mis
abuelas y abuelos, mis tías y tíos, mis primas y mi primo, vienen mis hijas e
hijos, mis amigos y amigas. Vengo yo mismo. No busco tanto un resultado en términos
técnicos, sino más bien es un dejar acontecer. Un dejar el color ir como que
abriendo un espacio para que vengan las emociones. Entonces hay menos deberes,
menos presiones por desempeño y resultados. Un poco más de gratuidad y espontaneidad,
a veces tan relegadas a planos secundarios en la vida adulta.
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